Aviso a navegantes: lo que viene ahora es un desvarío absurdo y egocéntrico, porque sólo trata sobre mí misma. No tiene interés, y recomiendo sinceramente no seguir leyendo. No se van a perder nada. Mañana volvemos a la emisión habitual.
A singular and not recommended situation occurs when there is a large gap between the self perception and the reality.
Daniel Pimienta y Catherine Dhaussy (extraído y pervertido
de aquí).
Llevo varias semanas con el cerebro en ebullición. No es que habitualmente me caracterice por ser una persona tranquila y reflexiva, sino todo lo contrario. Suelo tener siempre más de dos o tres ideas al mismo tiempo en la cabeza, estar haciendo cinco o seis cosas a la vez, tener alrededor de ocho libros a medio leer, diez o doce discos por oír, y encima nunca renuncio a nada de todo eso. Sigo pensando que el tiempo algún día se hará elástico y podré dedicarle un cachito a todos esos pensamientos, imágenes, palabras, sonidos, que tengo en fila esperando por mí. Pero ese momento nunca llega y la fuerza del devenir y el peso de las novedades van aplastando alguna de esas cosas hasta hacerlas desaparecer. Creo que en mi vida hay un lugar menos imaginario de lo que debería habitado por todas aquellas cosas que pudieron ser y nunca fueron. Y con esto me refiero a todas aquellas ideas y procesos mentales por los que pude pasar y no pasé por no tener tiempo para dedicarles en mi pensamiento.
Intento aprender a dosificarme. Intento asumir que no soy ubicua ni todopoderosa. Intento ordenar mis pensamientos por prioridades. Lo intento con todas mis fuerzas. Pero siempre acabo dispersándome. Siempre acabo dedicando parte del tiempo que tenía reservado para una actividad en concreto a cualquier otra que no estaba prevista y que, por algún extaño motivo, de pronto me parece imprescindible.
Por supuesto, la tensión entre lo que debería hacer (el plano ideal) y lo que efectivamente hago (el plano real) va aumentando de forma paulatina, y con ella la frustración acumulada que acarreo, hasta llegar a hacerse insoportable. Y llega el día en el que exploto de puro agotamiento mental.
La semana pasada tuve un pequeño amago de ese día y lo toreé como pude. Ayer por la noche, mientras leía Mutantes, volví a pasar por lo mismo. Leí tres o cuatro relatos que me dejaron insatisfecha, en algún caso, cabreada, en algún otro, o saturada, en conjunto. Y eso provocó una larga cadena de pensamientos que asaltaron mi cerebro a la velocidad de la luz, entremezclados casi todos.
Pensé que había sido un error empezar el dossier sobre ese libro. Pensé que tenía que terminarlo de alguna manera y que quizá podría hacerlo en una sola entrada. Pensé que eso no era justo para los autores que podía poner al nivel de los que ya había citado. Pensé que me había equivocado en el libro de Manuel Vilas del que procedían los fragmentos incluídos. Pensé en la equivocación de ayer al intentar incrustar los vídeos en el blog. Pensé que esos fallos informáticos no eran, o no deberían ser propios de mí, y que eso me debería servir como voz de alarma sobre mi cansancio. Pensé en mi propia novela, ésa que acabo de empezar después de muchísimo tiempo de bloqueo. Pensé en levantarme y ponerme a escribir. Pensé que tengo que leer la novela que ha ido publicando Enrique y que yo he ido dejando para "cuando tenga un rato para dedicarle con calma". Pensé que si me levantaba y abría la puerta entrarían los mosquitos. Pensé que era demasiado tarde para ponerme a escribir. Pensé que hoy me iba a morir de sueño. Pensé que tenía que dejar de leer. Pensé en cómo iba a seguir con la novela. Y a partir de aquí pensé mil cosas sobre la voz narrativa, los relatos, las novelas, el tempo, el estilo, la experimentación, el número de páginas...
Entonces me puse a hojear el libro, saltándome el relato que debía haber leído a continuación. Y vi que el siguiente era de Mercedes Cebrián, una autora de la que había oído hablar mucho pero nunca había leído nada suyo. Y empecé a leer la primera línea como quien no quiere la cosa. Y acabé leyéndolo entero con una sonrisa de satisfacción y, por fin, cerré el libro, apagué la luz y me dormí.
Hoy sigo más o menos en el mismo sitio. A veces he pensado en dejar el blog por si me quita tiempo. Depués me doy cuenta de que no puedo hacer eso, porque es la única vía de escape que tengo de mí misma. Desde que decidí intentar hablar más de mis intereses o las cosas que me llaman la atención y menos de mi vida o de las cosas que me preocupan, esto se ha convertido en una manera de huir a ratos de las ideas que bullen dentro de mí sobre lo que quiero escribir, y que siempre están ahí, mandando, doblegando al resto de mis pensamientos y a mi capacidad de actuar. Porque mi problema principal es que escribo poco, pero pienso muchísimo. Le doy vueltas y vueltas todo el rato a lo que quiero escribir. Y no soy capaz de llevarlo a un medio físico hasta que no estoy satisfecha con lo que he pensado, hasta que no tengo claro lo que voy a poner. Con el blog esa sensación, que llega a ser insoportable, sólo la tengo a ratos, con algunas entradas. Pero, por lo general, me permite ser menos reflexiva y más impulsiva, algo que echo de menos en mi forma de escribir literatura.
El único relato del que puedo estar más o menos orgullosa, el que se llevó un accésit en los Premios del Tren, lo empecé a escribir cuando había pensado tanto en él que me sabía los primeros párrafos de memoria. Lo había escrito, corregido, reescrito, y vuelto a corregir un montón de veces en mi cabeza, mientras miraba por la ventana cada mañana desde el asiento de detrás del conductor del 128, el autobús que me llevaba del mercado Maravillas al barrio del Pilar. Ahora mi camino hacia el trabajo dura menos de diez minutos y se hace a pie. Una no puede escribir novelas mentales mientras tiene que esforzarse por ir moviendo pie derecho, pie izquierdo. Sobre todo si esa una soy yo y mi proverbial torpeza viaja conmigo. Así que la pienso en casa, muchas veces con el ordenador encendido y la pantalla en blanco delante, en la que tendría que estar plasmando algo, pero no lo hago porque "todavía no está bien".
Y ésa, más o menos, es la historia de mi vida. Trufada por miles y miles de canciones que, entretanto, escucho, valoro, clasifico, disfruto y etc, etc. Y ésta, en realidad, es una entrada que no le importa a nadie más que a mí y que no tengo ni idea de por qué la he escrito. Tampoco sé por qué empecé poniendo esa cita, o quizá sí. Voy a intentar explicar lo que tenía en mente antes de empezar y de que mis ideas, otra vez, se fueran por otros derroteros.
Una situación extraña y no recomendada es la que se da cuando existe una brecha importante entre la realidad y la percepción que uno tiene de ella.
Cuando decidí que en este blog tenía que hablar de mi vida lo menos posible, también pensé que debía ser "más objetivo". Más o menos tenía claro lo que quería decir con objetivo, pero resulta que poner en práctica esa objetividad es más difícil de lo que parece.
Por un lado, el mero hecho de que esto sea un blog implica que la objetividad en él no existe. Incluso si se convirtiera en un simple almacén de enlaces, cosa que no quiero bajo ningún concepto, seguiría siendo subjetivo, puesto que yo habría tenido que seleccionar previamente qué enlaces poner y cuáles no. Eso ya llevaría implícita mi opinión, aunque se expresara sólo a través de un filtro que indicara qué cosas considero interesantes o destacables y cuáles no - ¿no funcionan así todos los medios en cuanto a las noticias de las que informan y de las que no? ¿no es esa una de las causas de que sea imposible conocer la realidad tal y como es y no como se nos presenta? -. En cualquier otro caso, si en este blog sigue habiendo un atisbo de redacción de textos, mi opinión subjetiva, puesto que cualquier opinión lo es, también seguirá viviendo en él.
Entonces me di cuenta de que lo que yo quería en realidad no era un blog más objetivo, sino un blog más "profesional". Quería ser capaz de escribir críticas más o menos razonadas de discos o libros, por ejemplo. Pero no puedo.
No es que no tenga la capacidad para hacerlo. Estoy convencida de que si fuera capaz de prestar interés a una sola cosa durante el rato necesario, podría decidir si lo que estoy leyendo o escuchando es bueno o malo, y explicar por qué. Buscar información sobre los autores, leer u escuchar las obras anteriores, intentar buscar la posible evolución, etc. Todas esas cosas que se esperan de una crítica comme il faut. Pero conseguir centrarme en algo así requeriría tanto esfuerzo por mi parte que nunca podría compensarme. Sobre todo si ese esfuerzo necesito dedicarlo a algo distinto, que es escribir literatura y no crítica.
Por otra parte, además de no tener el tiempo ni los recursos mentales necesarios, no sé hasta qué punto sería lógico tratar de tener un blog con una pátina más profesional. Ya existen los suficientes blogs así como para que no se necesite otro más. Claro que, tal y como es Los Latidos ahora, también existen suficientes blogs así como para que éste no se necesite. Y, claro, una vuelve a la pregunta de siempre. ¿Para qué tener un blog?
Supongo que la pregunta la contesté hace unos cuantos párrafos. Aún así, cada cierto tiempo vuelve a asaltarme, y entonces intento pensar que en algún sitio hay alguien a quién esto puede servirle para algo, aparte de mí misma.
Sólo voy a decir una cosa más. Hay algo de lo que intento no hablar en el blog (aparte de la política, que hago esfuerzos por hablar lo mínimo de esos temas), aunque a veces lo he hecho. Una de las razones que me impulsa a seguir escribiendo aquí, y en otras muchas páginas que visito y en las que de vez en cuando dejo comentarios, es el hecho de ser una mujer. No hablo mucho de ello porque es algo sobre lo que no quiero llamar la atención. Es decir, no quiero que ser mujer sea una característica añadida a lo que yo escribo, sean correos o informes profesionales, sean entradas aquí, sean relatos... lo que sea. De hecho, mi estilo suele ser bastante sobrio y, digamos, asexuado. Pero no querer que se valore nada de lo que hago teniendo en cuenta mi sexo no quiere decir que yo misma no deba ser consciente de él a la hora de enfrentarme al mundo.
Dije una vez que somos muy pocas las mujeres que se mueven en los mismos ámbitos que yo, y es cierto. La mayoría de los blogs que leo están escritos por hombres, especialmente los que tratan sobre música (con algunas excepciones). La mayoría de los comentaristas de esos blogs son hombres. Y eso, que puede parecer una tontería, me impulsa a seguir estando ahí, a seguir esforzándome por ser capaz de aportar algo a una conversación, a seguir dando mi opinión sobre las cosas. Y todo eso, hacerlo bien, o todo lo bien que puedo. Que no se diga que a las mujeres no nos interesa, o que no sabemos.
Así, entre unas cosas y otras, me voy añadiendo tantas exigencias a mí misma que si las aplicara al blog tanto como las aplico a la literatura, Los Latidos no existiría. Mi lucha diaria desde hace semanas consiste en convencerme a mí misma de que no importa si lo que escribo no está bien a la primera, que lo importante es arrancar. Que la correción en literatura es fundamental, igual que la reescritura. Pero no termino de asumirlo.
Si algún día fuera capaz de tener la misma constancia escribiendo que la que llevo teniendo aquí desde hace dos años y medio, me daré por satisfecha. Aunque lo que salga sea un pastiche infumable. Como, por ejemplo, esta entrada.
Si has llegado a leer hasta aquí, gracias, y perdón por el desvarío. De vez en cuando toca, pero sólo sirve para poner el mundo a girar de nuevo en el buen sentido.