Cada día me cuesta más trabajo hablar de las cosas que me suponen algún sentimiento. A pesar de que soy capaz de hilvanar palabras, formar frases, construir párrafos e incluso llenar páginas enteras de texto con sentido, toda mi habilidad se desvanece cuando esas letras llevan parte de mí.
Supongo que por eso casi nunca hablo de Pulp, y por eso tuve que contar media vida para explicar lo que sentía al poder ver un concierto de Ray Davies. También es por eso que sólo he mencionado a Roberto Bolaño en una ocasión en este blog.
¿Cómo puede cuantificar o calificar una lectora empedernida, exigente y con toneladas de libros leídos a sus espaldas la obra de su escritor preferido? ¿Cómo expresar, incluso, la magnitud de este problema, de esta limitación? Llevo todo el día dándole vueltas a esta cuestión y todas las frases que se me ocurrían me parecían inútiles, manidas o estúpidas. Al final llegué a la conclusión de que sólo podría expresarlo mediante un juego: si me dijeran que tengo que vivir el resto de mi vida en una isla desierta y que únicamente puedo llevarme los libros de un autor, ese autor sería Bolaño. Si me dijeran que de todos sus libros sólo puedo elegir uno, ese libro sería Los detectives salvajes.
Dicho esto, añadiré que leí 2666 a lo largo de muchos meses, desde el momento en que se publicó y hasta que mi lectura pausada de sus páginas llegó a su fin. Soy bastante rápida leyendo y por lo general liquido los libros, sobre todo si son novelas, en un par de sentadas o tres, cuatro a lo sumo. 2666, sin embargo, me llevó muchísimas noches terminarlo. Quizá porque es un libro denso, que contiene centenares de historias y todas ellas merecen que se les dedique tiempo. Quizá porque sabía que era el último y me resistía a llegar al final. Para mí, Bolaño representa la literatura total, y 2666 es la mejor muestra de ello.
Por todo eso, y por las más de mil páginas que componen el libro, recibí la noticia de que sería adaptado al teatro con una mezcla de curiosidad, admiración y escepticismo. En un primer momento decidí no comprar la entrada, igual que hubiera hecho si se hubiera tratado de una película. Me habría negado a verla. ¿No hacemos eso todos con los libros que significan algo para nosotros? Yo, al menos, sí.
Después leí esta entrada del blog La senda de los libros y decidí cambiar de opinión e ir a ver la obra. Compré la entrada el 19 de noviembre, el día siguiente de mi cumpleaños, y me dispuse a esperar que pasaran la semanas. Aún no sabía que la representación sería el mismo día que las elecciones; más tarde me alegraría de que fuera así.
2666, la obra, es fiel al libro, en espíritu y en estructura. Dura cinco horas, pero no se hace pesada en ningún momento, y hay que agradecer que dure tanto. Es la única manera en que puedo imaginar una adaptación válida. Creo que el trabajo del director, Àlex Rigola, ha sido extremadamente respetuoso con la novela, algo que se puede deducir de sus propias palabras, en la dedicatoria para los hijos de Bolaño que se incluye en el dossier de la obra: "Cada vez que Pablo Ley o yo cortábamos un nuevo fragmento se nos removía el estómago. Pero hemos intentado traspasar al espectáculo el espíritu de la novela, lo que no es del todo malo porque si luego alguien quiere leerla, verá que la gran cantidad de información e historias que hemos dejado de lado convierten esta empresa en utópica, y que su espíritu reside en el todo, y no en sus partes o fragmentos".
La puesta en escena es perfecta, el ritmo es el adecuado, los actores están es su punto justo. Las interpretaciones me parecieron muy buenas, y aún más teniendo en cuenta que cada uno de los actores representaba varios papeles. Sólo hubo una cosa que me chirrió un poco, y le he dado muchas vueltas desde ayer. La mayoría de los personajes son mexicanos. Hay algunos españoles, varios alemanes, un chileno, una inglesa y un italiano. Todos tienen más o menos el mismo acento en la obra. Uno de los actores es el único que intenta poner acento mexicano, en la cuarta parte. Los demás pronuncian palabras mexicanas, pero con acento español (creo que todos los actores son catalanes, pero tienen una dicción neutra, si es que existe tal cosa). Mientras veía la obra, me pregunté muchas veces si eso no era un error. Hoy estoy casi segura de que no lo era. Hubiera sido peor que hubieran forzado el acento y hubiera quedado impostado.
En cuanto al tratamiento de la violencia que domina buena parte de la obra, creo, al contrario que JacoboDeza en la crítica que antes enlacé, que es el apropiado. La cuarta parte, la parte de los crímenes, es dura, sí; es incómoda, también; pero sobre todo es necesaria. Las medias tintas, los edulcorantes, cualquier tratamiento distinto que se le hubiera dado para hacerla más digerible, hubiera llevado a la banalización de los asesinatos de Ciudad Juárez, y creo que eso era necesario impedirlo por encima de todo. Cuando los espectadores derramamos lágrimas ayer ante la sucesión imparable de nombres reales de mujeres torturadas, violadas y asesinadas, éramos poco menos que una gota enmedio del océano de sufrimiento que llevan viviendo tantos años en Ciudad Juárez.
2666 es un libro desbordante que no puede condensarse en cinco horas, pero creo que la obra de teatro es una aproximación muy digna al universo del autor y a la esencia de su literatura, al mismo tiempo que transmite la denuncia de ese número increíble de crímenes impunes y del silencio de una gran parte de la sociedad mexicana, machista, permisiva, corrupta y cómplice. Creo que Àlex Rigola tiene toda la razón cuando dice que un espectador que no haya leído el libro podrá interesarse por él tras haber visto la obra, y que en su lectura encontrará mucho más que lo ya contemplado en el teatro. ¿Es posible disfrutar de la obra sin haber leído el libro? No es mi caso, pero creo que el ritmo ágil y la estructura y los tiempos de cada parte, todos perfectos, la hacen completamente entendible y disfrutable. Es decir, creo que sí. Pero lo mejor de todo es que es posible disfrutar de la obra después de haber leído el libro, y esto es algo que no se puede decir muy a menudo.
Lo único que me da pena es que el teatro estuviera medio vacío. La señora que estaba sentada a mi lado también estaba preocupada por eso, y me decía que le parecía raro que fuera por las elecciones. Yo le dije que estaba convencida de que era por las cinco horas que duraba, que a mucha gente le habrían parecido excesivas. Y también, todo hay que decirlo, porque Bolaño, a pesar del efecto publicitario que tuvo su muerte hace unos años (ese afán habitual en los medios por la disección de cualquier autor que muera joven), es aún mucho más desconocido de lo que su obra merece. Por eso, porque éramos medio teatro, el aplauso que le dimos al elenco me resultó escaso y débil comparado con el trabajo titánico que acabábamos de presenciar. Los bravos, que en esta representación sí los hubo, los hubiera deseado más altos, más fuertes, pero sobre todo, más numerosos.
2666 sigue de gira, y si viven en alguna de las ciudades que faltan por ofrecerla, o tienen la oportunidad de acercarse a ellas (Sant Cugat, Murcia y Granada), les recomiendo que lo hagan. Y por si algún día, aunque sea por mera casualidad, Àlex Rigola, Pablo Ley o cualquiera de los actores leen estas líneas, sólo quiero decirles: BRAVO.
PD. 2666 es una coproducción del Teatre LLiure, el Festival de Barcelona Grec 2007 y el Teatro Cuyás del Cabildo de Gran Canaria, donde yo vi la obra.