9.6.06

el día después de mi día kink

Vamos a ver cómo les cuento yo esto.

Anoche lloré por primera vez en un concierto. Llegué al auditorio tan nerviosa que parecía un flan. Jenaro se reía de mí, pero yo no podía evitarlo. Además, me había quedado en blanco. Ya no pensaba si el concierto iba a estar bien o mal, ni si Ray Davies sería todavía capaz de cantar como antes, ni nada de nada. Simplemente, no pensaba.

Como llegamos pronto, fuimos a dar una vuelta por los alrededores del auditorio. Quería haberme llevado la cámara de fotos, pero la buena la tenía Jenaro en el trabajo y me dio pereza coger la mía. Luego me arrepentí, porque la playa estaba preciosa ayer y la zona del auditoria es una maravilla, pero ya sacaré fotos otro día. Cuando estábamos por allí nos llamó Toni, un amigo, que había conseguido una entrada y se venía al concierto también. Lo esperamos en la puerta y nos dedicamos a ver el panorama mientras tanto: muchos matrimonios cincuentones, muchos padres (varones) con su hijo varón, algunos jóvenes con pinta de modernillos y, sobre todo, una cantidad ingente de trajeados y trajeadas con un sobre plateado en la mano, que llegaban a la puerta del auditorio y se daban la vuelta. Resulta que en el salón de congresos, que está al lado, era la presentación de un coche de Volkswagen (o como se escriba), el Eos, y todas esas personas iban allí. Mi teoría es que iban trajeados por si les tocaba el coche en un sorteo y tenían que saludar al público, pero eso me lleva a pensar en la cantidad de ilusos que existen y no es muy esperanzador. Claro que tampoco me parece muy esperanzador que tanta gente se vaya a la presentación de un coche, y encima vestidos de pingüino. Falta por saber qué pensarían ellos de nosotros, pero me imagino que ni siquiera habrían reparado en nuestra presencia.

Después de dar una vuelta por dentro del auditorio, dejamos a Toni en su sitio (primera fila del primer anfiteatro, se veía de lujo, y Jenaro le dijo "qué cabrón, menudo sitio tienes") y bajamos camino de la primera fila del patio de butacas. Cuando llegamos, temerosos de no ver mucho por estar tan cerca (esa idea me ha acompañado desde que compré las entradas hace ya un mes), nos encontramos con que el escenario sólo tenía 40 centímetros de alto y nosotros estábamos a un metro y poco de distancia del borde. Estábamos un poco ladeados, pero aún en el cuerpo central y no en las últimas butacas de la fila, así que veíamos de lujo todos los instrumentos preparaditos encima del escenario. En ese momento dijo Jenaro la frase que yo había repetido hasta la saciedad esa tarde "qué pena no haber traído la cámara". Esperamos unos diez o quince minutos mientras sonaba la música de fondo y los técnicos terminaban de preparar el escenario. Entonces, llegó una canción que terminaba con la batería y la guitarra en crescendo y le subieron el volumen mientras apagaban las luces. La gente empezó a aplaudir.

Ray Davies salió solo, con unos vaqueros negros ajustados, una camisa blanca y una chaqueta negra con bordados blancos en las solapas. Cogió la guitarra y empezó a cantar I'm not like everybody else. Poco a poco fueron apareciendo los miembros de su banda: guitarra, bajo, batería y teclados. Todos con cara de ingleses, pero cada uno distinto. El guitarrista era igual que el cantante de Simply Red, pero en rubio. El bajista se parecía al primer guitarrista de Suede, Bernard Butler, pero más feo. El batería era un hooligan auténtico, y el teclista era un chico joven guapito estilo Beckham u Owen, aunque lo vimos poco porque un atril nos tapaba su cara. La canción fue energía pura. Es difícil describir lo que sentía al estar allí sentada por fin, escuchando una canción que he puesto en mi casa hasta la saciedad. Se me hizo un nudo en la garganta en cuanto empezó el estribillo.

La siguiente fue Where have all the good times gone. Entonces empecé a llorar sin remedio.

Después siguieron un par de canciones de su disco nuevo. En directo algunas sonaban más o menos bien, otras eran más insulsas, pero sobre todo eran bastante largas. A continuación cantó 20th Century man y alguna otra nueva. Y entonces cambió de guitarra (usó 3 durante el concierto, una eléctrica, otra acúsitca y una a medio camino) para coger la acústica, se sentó en una silla baja junto con el guitarrista y empezaron a cantar Sunny afternoon, allí, justo delante de nosotros, como si estuviéramos en el salón de casa. Estaban tan cerca que casi parecía que tocaban para nosotros. Yo empecé a cantar. No a susurrar muy bajito, como había hecho con las anteriores, no, yo empecé a berrear las canciones, y esto es literal, que mis dotes para el canto son nulas. Después de un par de canciones acústicas más, entre ellas Celluloid heroes, creo, que ya no sé exactamente cómo fue el orden y no estoy segura de si esa la tocó sentado o de pie, volvieron los demás músicos y siguió el concierto como empezó.

Entre canción y canción Ray Davies hablaba bastante con el público, cosa que se agradece, o al menos yo lo agradezco siempre. Es un músico del estilo comunicador, no del estilo "aquí estoy en mis alturas y ustedes son los pobres mortales a los que les hago un favor por estar aquí tocando". Nos dijo que era la primera vez que estaba en Las Palmas. Yo pensé "no, si lo sabré yo, que hace quince años te estuve esperando en vano". Nos agradeció un montón de veces que estuviéramos allí. Nos explicó de qué iba cada canción. Y, mientras tocaba y cantaba, nos pedía que cantáramos nosotros también, que lo acompañáramos con las palmas, e incluso bailaba. Era el típico dandi inglés y lo sigue siendo, aunque ahora tenga casi 62 años y esté bastante calvo y tan flaco como siempre. Sigue teniendo la misma voz y sigue tocando la guitarra como antes. Han pasado cuarenta años desde la primera vez que cantó algunas de esas canciones. Han pasado treinta desde la primera vez que cantó otras. Han pasado venticuatro años desde que grabó el One for the road, mi directo fetiche. Y sigue teniendo la misma voz.

The tourist, una canción del disco nuevo, duró casi diez minutos, incluyendo un par de minutos de desvarío absoluto a medio camino entre Sonic Youth y Pink Floyd, durante los que el cantante, ya sin chaqueta desde hacía rato, aprovechó para cambiarse de camisa. Alguna otra canción nueva y Ray empezó a cantar Days a capella. Otra vez con los pelos de punta (y Jenaro también, que se pasó así medio concierto aunque no llorara como yo). Después vinieron un par de canciones nuevas más y la dedicatoria a su hermano Dave con una larga parrafada y la canción A long way from home. Luego otra nueva y el Tired of waiting for you. Yo seguía cantando como una loca.

Y entonces el acabose, cuando empezó All day and all of the night. Nos levantamos, como una buena parte del auditorio, pero nos fuimos al pasillo para no molestar a los que estaban detrás sentados. La versión fue exactamente igual de cañera que en el One for the road. Con los mismos "eo, eeeo, hey, hey" que en el disco. La versión de concierto en todo su esplendor. Nosotros bailábamos como locos, pero a nuestro lado había un chico que yo hubiera apostado a que se iba a descoyuntar la cadera.

Entonces se fueron. Empezamos a pedir que volvieran y al cabo de cinco minutos empezaron a aparecer los músicos y empezaron a tocar otra canción nueva. Ray Davies salió corriendo, animado, y recorrió todo el escenario hasta llegar a nuestro lado. Entonces, el chico que estaba a nuestro lado y que bailaba como si fuera Alaska en la famosa canción se acercó a darle la mano. Y yo no suelo ser nada groupie, pero en ese momento me vi a mí misma acercándome para darle la mano yo también. No lo pensé, simplemente estaba sentada y de repente estaba allí de pie tendiéndole mi mano y diciendo "thank you" sin saber por qué. Él me dio la mano y se inclinó a darme un beso.

RAY DAVIES ME DIO LA MANO Y SE INCLINÓ A DARME UN BESO.

Luego saludó a un par de personas más de los que estábamos de pie y volvió a coger la guitarra y empezó a cantar. Yo me senté al lado de Jenaro con una sonrisa de oreja a oreja. No podía parar de sonreír. Jenaro se reía. Sonreía igual que yo, me miraba y se reía.

Después de dos canciones nuevas empezaron los primeros acordes de Lola. Fue como una descarga eléctrica, aquel sonido de guitarra recorriéndome la espina dorsal. Cuando llegamos a casa Jenaro me dijo que le había pasado lo mismo, así que no es que yo esté loca, es que fue increíble. Me volví a levantar, canté, bailé y todo sin dejar de sonreír.

Entonces se volvieron a despedir y ya se fueron. El señor que estaba a mi lado, del que mejor no les voy a hablar mucho (porque me hizo desear que prohibieran la entrada a los conciertos a todos los mayores de 50 años, o por lo menos que les hicieran una prueba antes de entrar, algo del estilo "cántame cinco canciones enteras de este grupo", y si no la superan, que no entren), le pidió la púa al guitarrista, que era encantador y tenía más paciencia que un santo y se la tiró y después me miró porque yo estaba pegada al escenario y me hizo un gesto para darme otra y yo le dije que sí y me la tiró y la cogí y fui feliz. Entonces se marcharon los músicos y vi al técnico que iba a empezar a recoger y le pedí que me diera el setlist que tenía el guitarrista. Se acercó, lo arrancó del suelo con cuidado de no romperlo y me lo dio, y entonces yo, otra vez, fui feliz.

Salimos de la sala y en la entrada nos encontramos a un ángel que acababa de llegar de Madrid. Nuestra amiga Lara, que no sabíamos que estaba allí, y nos hizo muchísima ilusión verla y poder hablar con ella un ratito. Después nos volvimos a reunir con Toni, que estaba con otros amigos que también conocemos, se rieron de mí un rato entre todos, nos fuimos a la parada de taxis y volvimos a casa. Y durante todo el rato, yo con mi púa y mi hojita y sin poder parar de sonreír.

Después cenamos escuchando el One for the road y comentando el concierto. Nos fuimos a dormir contentos, cansados, pero contentos hasta la extenuación.

Es verdad que no he podido estar en un concierto de los Kinks. Que las canciones del disco nuevo de Ray Davies no son nada del otro mundo y que faltaron muchísimas que me hubiera gustado haber oído, como, fundamentalmente, You really got me. Pero el concierto de ayer fue más que suficiente para tapar el huequito que me habían dejado hace quince años. Ahora, como le dije a Jenaro, sólo me falta Pulp. Pero esa ya es otra historia.

PD. Actualizaré con fotos cuando haya alguna noticia, que por ahora no las encuentro.

2 comentarios:

Javi dijo...

Comparto tu felicidad de fanática quinceañera pero ¡Jo!, ¡Vas a conseguir que me arrepienta de no ir a verle! ¡¡¡¡Erres perrrrvvverrrrsssaaaaaa!!!!

Todavía te debo las vueltas de los CDs vírgenes que usé para grabarte los CDs hace unos años XDDDDDD ¿Te puedo invitar a unas cañas a cambio?

Me alegro de que lo pasárais bien y recolectarais memorabilia...

Eeeehhhhrrr... ¿Te has lavado la cara? Uuuggghhh...

;-P

Anónimo dijo...

Acabo de leer la crónica completita, y me alegro que os (te) lo pasáseis (pasases) tan bien.

Hace no demasiado mi padre me enseñó una entrada que guardaba de un concierto de los Kinks en Oviedo, de antes de que yo naciese, y se me hizo patente que los que no podemos viajar en el tiempo tendremos que conformarnos con lo que hay :). Ya lo dijeron los Rolling (y negaré haberlos citado): "You Can't Always Get What You Want"