Una sabe y tiene asumido desde hace tiempo que la música no va a salvarnos de nada. Tampoco a hacernos libres. Pienso, incluso, que hoy en día la música corre peligro de convertirse en un producto más de consumo rápido, como esos tonos de móvil que tanta gente cambia cada dos semanas. Y creo que no soy la única que lo piensa.
Sin embargo, hubo un tiempo en el que para mí la música "popular" fue una especie de revelación. Era algo importante, aún siendo únicamente espectadora, porque mis aptitudes para la producción musical son nulas. Importante pero subjetivo, claro. En el fondo la música, igual que todas las demás manifestaciones artísticas, siguen formando parte de la intimidad de las personas. No sólo de quien las ejecuta, sino también de quien las recibe. Uno puede compartirla, como ese momento de subidón cuando ponen una canción que te gusta mucho en un bar y cantas con tus amigos o ante la incomprensión de tus amigos, pero las sensaciones y los sentimientos que una canción provoca en uno son siempre subjetivos y personales. Y además, muchas veces, están supeditados a la trayectoria personal o a las experiencias previas. Por eso es tan difícil explicar con exactitud lo que se siente al escuchar una canción.
Hoy es más fácil que nunca acceder a cualquier disco o canción. Creo que gracias a internet puedo llegar a escuchar, aunque sea una vez, miles y miles de canciones que aquí no llegan de ninguna otra manera. Simplemente el hecho de haber pasado un año escuchando sólo la BBC 6 sirvió para que me diera cuenta del inmenso mundo que hay ahí fuera. Es parecido a cuando descubrí Radio 3 con 15 años, pero esta vez la radio viene acompañada de miles de emisoras más y de páginas que te ofrecen canciones que puedes descargar y escuchar hasta el infinito si quieres. Gracias a eso uno puede seguir viviendo en cualquier ciudad española y no volver a enterarse nunca de quién es el número 1 de los 40 Principales o la Cadena 100. Uno puede incluso vivir sin escuchar jamás ese volumen ingente de canciones que las radiofórmulas emiten machaconamente una y otra vez por la presión del mercado. Y sin parar de escuchar música. Pero hay que querer hacerlo, claro.
El problema es que llega un momento en el que la música te satura. Y yo lo viví hace unas semanas. Me cansé. Sobre todo porque al final siempre leo las mismas páginas que siempre ponen canciones similares y eso impide que haya sorpresas. Por eso me di cuenta de que había llegado el momento de renovarse. Renovarse o morir, qué gran verdad.
Hice un pequeño balance de mis feeds de Bloglines y me di cuenta de que la mayoría de los que hablan de canciones eran estadounidenses o canadienses. Y no es que de esos países no salgan cosas interesantes, salen a puñados. El problema es que hay una cierta corriente alternativa en Norteamérica que está impulsando a un montón de artistas que a mí me aburren soberanamente. A todos los promocionan como una gran revelación. Yo escucho las canciones y me quedo igual. En un principio puedo pensar que es culpa mía, que no tengo sensibilidad. Pero luego me acuerdo de que los gustos musicales son privados y subjetivos y no siento remordimientos al darle al stop o al mandar los archivos a la papelera. Ahora podría decir que además siempre me gustaron más los grupos ingleses, pero en el Reino Unido tampoco es que hayan descubierto últimamente la panacea, así que no se trata sólo de eso.
Entonces es cuando voy cambiando de estilo durante un tiempo y luego vuelvo. ¿Que salen los discos de Eagles of Death Metal y Wolfmother y me encantan? Pues nada, a escuchar rock. ¿Que ahora sólo veo ñoño-pop por todos lados y me aburro? Pues me paso a la música electrónica y disfruto hasta con el disco de Justin Timberlake. Y tan feliz.
Pero claro, hay cosas en las que no es tan fácil elegir. Como los conciertos, por ejemplo. Porque sí, mucha tienda virtual y mucha canción que puedes descargar, pero al final una sigue viviendo en Las Palmas y aquí los conciertos de un año que me puedan interesar se cuentan con los dedos de las manos. Y si de repente te enteras de que vienen Fangoria y Chicks on Speed saltas de alegría y te plantas enseguida en el concierto, a pesar de que Jenaro seguía malo del pie y el pobre hizo un esfuerzo enorme por estar allí.
Ahora es cuando empieza la crónica de verdad. La cámara de fotos se me olvidó y no encuentro ninguna foto en internet (¿qué pasa con los periódicos locales?), a pesar de que el concierto se celebró por la inauguración de una exposición en uno de los museos de la ciudad. Nosotros llegamos pronto, lo que es normal teniendo en cuenta que vivimos al lado, y nos fuimos al Rooming porque el concierto no había empezado. Por cierto, que llevo retraso en esta entrada y por eso ya ha pasado lo del cartel: el sábado se inauguró una nueva exposición en el Rooming, esta vez de fotografía, y pongo aquí el cartel porque, ya que no tengo fotos del concierto, por lo menos vamos a adornar esta entrada con algo.
El escenario era inmenso, no tanto por sus dimensiones reales como por la comparación con la plaza en la que lo habían montado. En pleno corazón del barrio antiguo de las Palmas, un escenario ultramoderno con su pantalla para proyección de vídeos incluida. Hasta ponía la piel de gallina ver aquel contraste entre la parte trasera de la Catedral, la Casa de Colón (la primera foto de este enlace es la propia plaza) y los focos de colores.
La primera actuación fue de Pam Hogg. Yo no había oído hablar nunca de ella, pero hoy estuve cotilleando en Google y resulta que aparecía en un pequeño documental de promoción que hizo Pulp para una de (sus) mis canciones preferidas, Do you remember the first time?, del His'n'hers. Y también resulta que Bobby Gillespie, el cantante de Primal Scream, habla de ella en una entrevista del año 2000 porque fue a verla pinchar en un garito de Nueva York. Casi como la cuadratura del círculo. Bueno, que me lío otra vez. Pam subió al escenario vestida de heroína de cómic, de minifalda y mangas brillantes y con un rayo azul en la espalda. Cantó tres canciones, igual que harían los que venían después. La música era divertida y verla bailar, también.
Después llegó el turno de Anat Ben-David, una de las integrantes de Chicks on Speed (la última en incorporarse). Subió al escenario con un sujetador hecho de cinta adhesiva fluorescente rosa, que se empezó a despegar con la segunda canción y creo que la mitad del público se pasó el rato pendiente de si terminaba por rompérsele o no. Para mí fue la actuación más floja de la noche.
A continuación, Chicks on Speed. Imagínense a cuatro chaladas vestidas con ropa chillona multicolor hecha por ellas mismas sin parar de dar saltos por el escenario, sacando objetos gigantes de gomaespuma como guitarras o paletas de pintor. Y claro, una entiende que normal, normal, pues no es. La gente que no las conocía de nada flipaba. Me imagino que sus pensamientos irían entre "¿qué coño es esto?" y "¿quién me habrá mandado venir aquí?". No tocaron ninguna canción conocida, por supuesto no tocaron Glamour girl, pero aún así fue divertido. En un sentido extraño de la palabra, fue divertido.
Entre actuación y actuación ponía música Roberta Marrero. La selección estuvo bien, bastante animada, y menos mal, porque algunas actuaciones tardaron un rato en empezar.
La última actuación fue la de Fangoria. Jenaro y yo habíamos pasado un previo concierto poniendo en casa a todo volumen nuestros discos de Fangoria y cantando a pleno pulmón. Después de eso, tres canciones saben a poquísimo, por no decir a nada. Y eso que yo siempre me emociono cuando veo a Alaska en el escenario, y de verdad que soy fácil de contentar. Pero... Se oyeron muchas voces comentando que se estaban calcando un playback descarado. En teoría, y según dijeron ellos, era la primera vez que cantaban en público Criticar por criticar, el primer single del disco nuevo (El extraño viaje). La canción no está mal, y las otras dos, del Arquitectura efímera, las canté a pleno pulmón, pero se acabaron en seguida y con el remix de Criticar por criticar que han hecho las Chicks on Speed, también el concierto y la fiesta. Luego nos dijeron que tenían permiso sólo hasta las 12 de la noche y por eso no pudieron cantar más. En fin.
El caso es que después del concierto me pasé un par de días pensando en lo rara que puede parecerle a cualquiera la música que escucho. O que no escucho, porque en realidad de las Chicks on Speed no tengo ningún disco, pero luego voy a un concierto y me lo paso de maravilla viendo como hacen el cabra las cuatro en el escenario, que tiene tela, pero bueno. La gente que iba con nosotros no se podía creer lo que estaba viendo, y por ende, me miraban como si estuviera loca. Y a veces pienso que un poco sí lo estoy. Pero si hasta yo, que busco y busco música nueva para escuchar, a veces me hastío de la música que se hace hoy en día, ¿no lo pasará lo mismo a la gente que se limita a escuchar lo que les ofrecen una o dos emisoras de radio? ¿O es que en realidad no es tan importante y sólo sirve como ruido de fondo?
Obviamente, no tengo respuesta para ninguna de todas estas preguntas. Pero sí tengo intención de escribir más en el blog y preocuparme un poco menos de sobre qué escribo. Últimamente escribo poco aquí, aunque vuelvo a escribir en casa, en parte gracias a Jenaro, que me anima. Ahora quiero intentar escribir allí, aquí y en todas partes, a ver si voy cogiendo el ritmo. A veces la música sólo es una excusa para escribir, y otras veces voy a escribir sobre música y me reprimo porque pienso que soy una pesada. Luego pienso que yo leo muchos blogs y cuando una entrada no me interesa simplemente la paso por alto, pero entonces vuelvo a pensar que si sólo escribo cosas que no le interesan a nadie todo el rato, pues menuda gracia. Y así. Divertido, ¿no?.
Al final he decidido escribir más, sin tener en cuenta sobre qué. Ya veremos en qué queda la cosa, porque soy muy capaz de volver a cambiar de opinión mañana.