Cuando tenía 12 o 13 años solía decir que no me gustaba la música que se hacía en mi época. Me dirán que qué sabría una mocosa de esa edad sobre música, y ya les digo yo que nada de nada. Para estudiar, me ponía en el tocadiscos los discos de mis padres, básicamente el de Simon y Garfunkel, el de los Beatles y el de una orquesta de cuyo nombre no me acuerdo, pero que tocaban una música muy parecida a la de Glenn Miller. Sólo tenía cuatro o cinco cintas de música, aunque poco a poco me fui grabando cosas que me pasaban mis amigas, como el primer disco de Kylie Minogue o el de La Guardia. Mi tía me grabó tres cintas y las llenó de Pink Floyd, Dire Straits y Sarah Vaughan. También tenían algo de Elvis Presley y bastante Radio Futura. Luego me prestó una que tenía el Nuevas Mezclas o el Enemigos de lo Ajeno de El Último de la Fila, nunca lo sabré porque estaba incompleta y desordenada, y yo la ponía sin parar. Entre las canciones de El Último de la Fila había otras dos que todavía no he conseguido y que me obsesionaron hasta el punto de seguir tarareándolas a menudo: City walls, de Phil Carmen, y, sobre todo, Princesa equivocada, de Los Ilegales, en directo. De todo este cóctel queda claro que no podía salir nada muy bueno.
A los trece escuché en la radio una canción de los Kinks, Sunny afternoon. Me quedé completamente colgada de esa canción, la cantaba a todas horas, y empecé a buscar más cosas de los Kinks. Naturalmente, eso no le convenía mucho a mi idea de que no había música que valiera la pena en esa época, a pesar de que ya bailábamos Technotronic y Snap como locos en la verbena del colegio. La música de principios de los 90 me ha empezado a gustar más después.
El caso es que conseguí que una amiga me grabara cinco discos de vinilo de los Kinks que le prestó su tío. En total eran tres cintas, dos con dos discos y una con otro (el One for the road, un directo). Escuché sobre todo la que tenía el Face to face (con el Sunny afternoon incorporado) y el One for the road. Cuando digo escuché, quiero decir que las escuché una vez y otra y otra y otra. Fui muchas veces a una tienda de música que tenía vinilos antiguos. Rebusqué una y otra vez entre los discos de los Kinks, pero no tenía dinero para comprármelos. El dependiente se sorprendió bastante el día que le pregunté por ellos, pero en lugar de ser una persona agradable me miró desde las alturas de su sapiencia musical y me preguntó cuál era el mejor disco de los Kinks. Yo dije que el Face to face. Creo que él se rio y me enseñó el Lola vs. Powerman and the money-go-round. No me acuerdo de la conversación exacta. Sí me acuerdo de que tres años más tarde le pedí el disco de Green Day (el Dookie) y me dijo que ese grupo no existía.
En 2º de BUP, cuando tenía 14 años, una noche que me había peleado definitivamente con el programa de cine que solía escuchar antes de dormir, me puse a hacer zapping en la radio y una canción me llamó la atención. Era Rocks, de Primal Scream, en el programa Arrebato, de Radio 3, emisora que empezó a hacer que cambiaran mis ideas sobre la música que se hacía en esos momentos. Ese verano fui a Londres a aprender inglés. Hubo muchas cosas que empezaron a cambiar entonces (por ejemplo, me hice un esguince nada más llegar y ya no pude decir nunca más que nunca había tenido ninguno, y me compré los pendientes del sol y la luna, que llevé puestos durante los siguientes tres años). Era el año de la explosión absoluta del brit-pop, o al menos lo fue para mí, y me volví casi loca con tantos grupos nuevos. Todas las canciones que oía me tenían subyugada, y no paraba de preguntar cuál era este grupo y cuál era este otro, aunque ese año todavía no compré ningún disco de ninguno de ellos. Fue un año después, tras un periodo de digestión de todas las cosas nuevas que había conocido, cuando volví y me atiborré de discos de Belly (que ya sé que no son ingleses, pero también me gustaban), Echobelly, Elastica... Los de Blur y Oasis ya los había conseguido en Las Palmas.
El caso es que ese verano de 2º de BUP sí compré dos discos: el One for the road, de los Kinks, y el Give out but don't give up de Primal Scream, porque después de oír Rocks quería aquel disco como fuera. Bueno, pues allí estaba yo con mis dos discos y los ponía todo el rato en la casa de la familia donde me quedaba. Esos dos y el Automatic for the people de REM, porque las horas muertas por culpa del esguince (es decir, sólo el día que los demás se fueron al parque de atracciones, el único sitio al que me pareció muy bestia irme con el yeso y las muletas), las pasábamos intentando sacar las letras de las canciones, y desde entonces recuerdo partes muy surrealistas del Sidewinder sleeps tonight, la canción que más me gustaba y la más difícil, que hasta a Emma le costaba, y le hicimos una oda al zapato de plástico negro que me habían dado en el hospital y que era espantoso.
Una tarde me acerqué a la casa donde se quedaba otro de los niños del viaje, Carlitos. Estábamos tres: Carlos, con el que hablaba de Smashing Pumpkins y de Prince a todas horas, Carlitos, que era el más pequeño y había sido su cumpleaños y le habíamos regalado el disco de Ace of Base, toma ya, y yo. Era la tarde antes de volvernos a Las Palmas y estábamos grabando discos en la cadena de música de la familia, aprovechando que estábamos solos. Yo me senté en el suelo e iba metiendo y sacando los discos de la bandeja del CD, que me quedaba por encima de la cabeza. Grabamos cinco o seis y todo iba bien. Hasta que, de repente, la bandeja del CD no se abría. Empezamos a mirar qué le pasaba y me di cuenta de que había metido dos discos a la vez: el de los Kinks y el de Primal Scream.
Intentamos de todo para sacar los discos. Le pegamos a la cadena, le dimos al botón mil millones de veces, usamos un cuchillo de palanca... y nada. El equipo era un Kenwood nuevo, no se me va a olvidar nunca. Entonces llegó la familia y tuvimos que contarles lo que pasaba. El equipo era del padre. Tampoco me voy a olvidar nunca de la cara que puso, y me parece lo más lógico, aunque a mí en aquel momento me preocupaban dos cosas por encima de todo: recuperar mis discos y que la bronca no fuera muy gorda, pero a él, claro, lo que le importaba era el pastón que se acababa de gastar en comprarse un Kenwood para que tres mocosos se lo destrozaran a la semana de habérselo comprado.
Al día siguiente nos fuimos, yo sin discos y con un disgusto horrible. Un mes después mi profesor de inglés me trajo los dos discos y el recibo de la reparación. Creo que eran unas 25.000 pesetas, pero no estoy segura. También creo que las pagó mi madre, pero tampoco estoy segura. La verdad es que esto no dice nada muy bueno sobre mí, pero es así. Lo que sí recuerdo perfectamente son todos y cada uno de los rayones que lucía el CD de Primal Scream, que quedó completamente inservible. Era el que había caído arriba y, por tanto, el que había sufrido los ataques del cuchillo que pretendía salvarlo. El CD de los Kinks, milagrosamente, estaba intacto, lo cual me produjo inmediatamente un alivio enorme, porque a) me había costado más caro, b) me parecía que iba a ser mucho más difícil conseguirlo en Las Palmas y c) para qué nos vamos a engañar, los Kinks eran los Kinks y por mucho que me gustara Primal Scream, no tenían nada que hacer frente a ellos. Así que a los pocos meses me compré de nuevo el disco de Primal Scream y guardé el roto de recuerdo en una caja de lata. Con las carátulas del viejo me forré una carpeta que tres años depués me sirvió para conocer a Jenaro en una clase de Física 2, pero esa ya es otra historia. El One for the road sonó en mi cassette con compact todos los días durante varios meses. Iba a todas partes cantando Pressure, Victoria o David Watts, y se me hace difícil escuchar en otro disco las canciones que lo componen porque siempre empiezo a cantar la siguiente según el orden que tenían en ese, y claro, nada que ver. Es uno de los directos que más me gustan.
Todo esto, que terminaré de contar algún día, sigue el año de COU, cuando se decidió organizar un festival de música en Las Palmas debido al éxito que había tenido el Womad cuando se había celebrado desde el año o los dos años anteriores. Ese festival, que se llamó Atlántida, tenía a los Kinks como plato fuerte, y también a Suede, que no era mi grupo inglés preferido, pero era un notición que fueran a ir a Las Palmas.
Suede se cayeron del cartel una semana antes del concierto. Me fastidió un poco, pero sin exagerar, que lo importante era que iba a ver a los Kinks. El día del concierto llegué a comer a casa de mi abuela, como todos los días y me dijo "Anita, ¿hablaste con tu madre?" A mí la pregunta me extrañó, pero sobre todo por la cara de circunstancias que ponía mi abuela. Le dije que no y me dijo que la llamara, que tenía que decirme algo de un concierto. Que el grupo que me gustaba no venía. Y yo le dije "ah, sí, Suede, que no vienen, pero yo ya lo sabía". Pero aún así, llamé a mi madre. Y me dijo: "Ana, no vienen los Kinks". Y entonces sí. Entonces sí que me fastidió el Atlántida y el Womad y los festivales y vivir en Las Palmas y todos los factores que habían hecho que me ilusionara tanto por primera vez con un concierto para que luego no fuera a celebrarse.
Cuando llegué a mi casa tenía la cara hasta los pies. Mi padre llegó de trabajar al poco y me preguntó que qué me pasaba. Y yo le dije "que no vienen los Kinks", al borde de las lágrimas. Y me dijo "bueno, mi hija, por dios, que pensaba que te pasaba algo". Entonces me sentí incomprendida porque estaba en la edad del pavo y todas esas cosas. Ahora seguramente me lo hubiera tomado con más calma, aunque sólo un poco más. En realidad, no me pasaba nada, o nada grave, por lo menos. Pero el disgusto no me lo quitaba nadie.
Unos años más tarde, ya en Madrid, fue Ray Davies, el cantante de los Kinks, a tocar en solitario. Yo no estaba en Madrid y no pude ir a verlo. Y hace tres semanas recibí en el correo un boletín del Servi-ticket de aquí muy especial. Decía: "Ray Davies. 8 de junio. Auditorio Alfredo Krauss. Ciclo Arrecife de las músicas". En ese momento casi salto hasta el techo. Hablé con Jenaro. Compramos las entradas. Y esas manchitas rojas que ven aquí debajo vamos a ser nosotros esta tarde:
Yo sé que ver sólo a Ray no va a ser lo mismo que ver a los Kinks. Que han pasado muchos años y que seguramente estará mayor, que tiene disco nuevo y tocará sobre todo esas canciones, que probablemente ya no tenga la misma chispa que antes, que ya fue duro ver a Lou Reed hace dos veranos. Pero, aún así, estoy emocionada y la verdad es que hasta nerviosa. Llevo todo el día sin parar de canturrear "well I'm not dumb, but I can't understand why she walked like a woman and talked like a man". Creo que estoy esperando una desgracia de última hora, pero esa es mi parte autodestructiva y es mejor no prestarle atención.
Leí aquí, en los blogs de Pop Madrid, donde por cierto me compré
esta pequeña maravilla el verano pasado, que el concierto de Madrid estuvo muy bien, así que eso me da pie a pensar que el de hoy también puede estar bien. Espero no equivocarme. Mañana les cuento.
Y ya sé que me he soltado un rollo de mucho cuidado, pero es la mala influencia del libro de Chuck Klosterman que me estoy leyendo. Ya sé que él cuenta cosas muy interesantes sobre las estrellas del rock, cosas medianamente interesantes sobre su vida y cosas interesantes a ratos sobre lo que piensa del mundo, y que yo sólo cuento cosas nada interesantes sobre mi vida escuchando música, pero en el fondo todo es lo mismo: son sólo historias.
La foto de este single es el cartel que han elegido aquí para el concierto.