libros: l'écume des jours
Tengo un amigo con el que hace varios años que no hablo. No es un amigo cualquiera, probablemente es uno de los que más quiero y aprecio. Y no es que no hablemos porque tengamos ningún problema, en absoluto; simplemente, él vive en Madrid y yo en Las Palmas y a mí se me da muy mal mantener al día mis amistades. Es uno de mis principales defectos, lo mala que soy para las relaciones con los demás. Quiero muchísimo a la gente que quiero, pero me resulta muy difícil demostrarlo y más aún mantener esas relaciones afectivas al día.
Sin embargo, me acuerdo mucho de las personas. Cada cierto tiempo, uno de esos amigos a los que no veo y con los que no hablo en años se me viene a la cabeza y me paso el día pensando qué estará siendo de su vida, si le irá bien y si será feliz. Entonces hago cosas como buscar su dirección de correo electrónico en mi ordenador o poner su nombre en Facebook. ¡Guau, qué esfuerzo! Sí, ya sé, no me digan nada. No hay muchas personas con las que me pase esto, en realidad creo que sólo son dos, el amigo del que les hablo y una amiga de la que hace fácilmente seis o siete años que no sé nada. En ese caso es peor porque no tengo ningún medio para contactar con ella, ni siquiera su teléfono. Es una de las consecuencias de que te roben el móvil y tu único contacto con alguien sea ese número almacenado en la memoria del aparato.
El caso es que mi amigo me ayudó muchísimo cuando yo estaba saliendo de una época difícil de mi vida y siempre recuerdo con cariño los días que pasamos juntos peleándonos con nuestros respectivos proyectos de fin de carrera, nuestros intentos de conseguir trabajo por primera vez y nuestras relaciones de pareja que entonces empezaban (cada uno con la suya) y que a día de hoy se mantienen, creo que ambas.
Por aquel entonces él estaba pasando por una etapa existencialista. Leía a Sartre, a Camus y no sé cuántos otros escritores más por el estilo. Yo me reía y le decía que iba a acabar fatal de la cabeza si seguía leyendo sólo aquellos libros. Fue entonces cuando le grabé el famoso recopilatorio “Música para que dejes de escuchar mierda” en una cinta TDK de 90, y le regalé Los detectives salvajes con una dedicatoria similar. Unos cuantos años más tarde, cuando me despedí de Madrid en una noche mítica en el Palentino, él me regaló La espuma de los días. Yo lo tenía en francés en casa, sin leer, pero no le dije nada. No es el primer libro que ocupa un hueco en dos idiomas en la librería de casa, ni será el último. Sin embargo, no lo leí hasta que estuve instalada en Las Palmas unos meses después.
Y hoy, mientras leía esta entrada en Libro de notas, me di cuenta de lo mucho que ese libro se había quedado impregnado en mí. Como esas películas que terminas de procesar un tiempo después de haberlas visto, las imágenes y las sensaciones que transmite L'écume des jours parecen ahora más vivas que nunca en mi recuerdo. Durante la lectura pasé por momentos de incomprensión absoluta con los personajes, hasta que terminé por entrar en el universo de Boris Vian y rendirme ante todas y cada una de sus páginas; y creo que es ahora cuando de alguna manera va tomando forma en mi cabeza.
Lo curioso es que, cuando intento analizar los recuerdos que tengo del libro, aparecen siempre en primer lugar los más felices. Las páginas llenas de paseos por las calles de París, la casa luminosa y grande, las fiestas, el primer encuentro de Colin y Chloé, la música de jazz y, por supuesto, el pianocktail. Tengo que hacer un esfuerzo para recordar la decadencia progresiva en la que se van sumiendo los personajes, la tristeza y la incomprensión que van atrapando la historia, los despropósitos, la oscuridad, la casa que mengua y se oscurece cada vez más...
No es mi intención hacer una reseña del libro, sólo explicar que hoy me he dado cuenta de que tengo que volver a leerlo. Las buenas historias, aquellas que perduran en uno y con los años se hacen reclamar, pidiendo una parcela de atención y de relectura, no son abundantes. Durante mi vida he regalado muchos libros, pero muy pocos sin tener de por medio una excusa como un cumpleaños o unos Reyes Magos. Esos pocos escogidos siempre los había leído antes y ocupaban uno de esos lugares de privilegio en mi corazón. Hoy he añadido uno más y me reconforta pensar que es un libro que a mí también me habían regalado.
PD. Tengo más amigos, claro, y me las apaño para mantener el contacto con ellos, pero en buena parte es gracias a Jenaro, que sí es atento y considerado para esas cosas y no como yo, que soy una salvaje. Qué le vamos a hacer.
1 comentario:
Mola (caralibro mode)
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