dossier: mutantes, javier fernández
Recupero el dossier sobre Mutantes con pocas ganas de andarme con pelos en la lengua. A estas alturas, mi opinión sobre esta antología se debate entre el cabreo y la resignación. Terminaré el dossier porque de vez en cuando padezco de perseverancia, pero lo haré para hablar sólo de aquellos autores que considere imprescindible reseñar.
Explicaré, antes de ceñirme al autor del título, que mi decepción se debe en parte a la poca calidad de muchas de las aportaciones, pero también al hecho de que muchas de ellas sean refritos o extractos de relatos y novelas. ¿Tan difícil era elegir autores jóvenes, de calidad y con relatos que tuvieran entidad por sí mismos? Estoy segura de que no, aunque sólo sea porque conozco a muchos de ellos. Y todos valen muchísimo la pena. Lo cual me lleva de nuevo a mis amargas reflexiones sobre los que se llevan la fama y los que cardan la lana, pero me las guardaré para mí misma. Quizá sea sólo una cuestión de modernidad. O de postmodernidad. Mejor lo dejo aquí.
La aportación de Javier Fernández, uno de los autores de los que más elogios había leído antes de empezar con Mutantes, consiste en algunos extractos de su novela Cero absoluto, aunque tal y como se ha titulado, igual que la novela, uno creería que es un relato independiente. Sólo leyendo la pequeña biografía incluída al final del libro (y muchas páginas web, para qué engañarnos) se puede llegar a la conclusión de que en realidad no es así. Si tengo en cuenta su calidad de fragmento, diré que Cero absoluto es una novela que voy a buscar, comprar y leer, porque creo que puede valer mucho la pena. Pero, dado que en el libro se presenta como si fuera un relato con entidad propia, lo trataré como tal en esta crítica.
Y diré que el principal inconveniente que le veía como relato era el no ser lo suficientemente exhaustivo o incisivo en su desarrollo. Es decir, yo sentía que el autor podía llegar aún más lejos en su análisis y descripción de una situación delirante, pero no tan alejada de la realidad como a priori pueda parecer. Una vez que comprendí a qué se debía esta apreciación mía, la novela me inspira aún más curiosidad para saber hasta dónde se pueden llevar los límites del argumento establecido.
Cero absoluto cuenta, a través de supuestas noticias extraídas de periódicos, cómo se desarrolla, comercializa e implanta un sistema para controlar el cerebro mediante software. Y también las consecuencias de este proceso.El ZERO D-19, que está aún en fase experimental, es una tecnología semiorgánica, compuesta por un pequeño descodificador inalámbrico del tamaño de una lenteja que, alojado cerca del hipotálamo, se comunica mediante ondas electromagnéticas con un aparato emisor-receptor del tamaño de un ordenador portátil. El aparato está dotado con un potente procesador capaz no sólo de interpretar las señales eléctricas del cerebro y traducirlas a términos informáticos, sino también de realizar el proceso contrario; es decir, introducir el software informático directamente en el cerebro.
El lenguaje aséptico utilizado, propio de la prensa, podría cumplir la función de distanciarnos de lo que se nos está contando o bien obligarnos a prestar más atención para no obviar detalles que nos harían perder el hilo de la historia. En cualquier caso, la reflexión posterior a la lectura es inevitable.
En este relato se nos presenta una de las mejores maneras de conseguir tener a la población controlada con su consentimiento: envolverlo para regalo y vendérselo. Pero no es la única, como también aquí se esboza. No hay más que apelar a la seguridad de los ciudadanos para que se consientan toda clase de atropellos e invasiones de la privacidad. Tienen ejemplos aquí, aquí, aquí, aquí y aquí. Y la gente, tan contenta. Fuera de internet, no tienen más que utilizar el metro de Madrid o darse una vuelta por las salas de embarque del aeropuerto de Barajas. Televisiones con un volumen atroz obligan a los pasajeros a oír las noticias que se les quieren dar de la forma en que se les quieren dar. Uno puede cerrar los ojos cuando no quiere ver algo. Pero cerrar los oídos es más complicado. Hacer que los otros no nos miren, también.
La foto es un bonito recuerdo que nos trajimos de Barcelona. Ya que ellos se quedan con nuestra imagen...
Lo curioso es que me obsesiona desde hace un tiempo, hasta el punto de desarrollar una auténtica fobia a los turistas que veo pasear por Las Palmas cámara en mano, el hecho de acabar retratada o grabada en fotos y películas de desconocidos en mi tránsito habitual por las calles. Cada día es más difícil caminar sin encontrar un objetivo con el que una se pueda cruzar. Cuando esos objetivos se convierten en instrumento de los políticos, es hora de echarse a temblar.
Pero parece que los que temblamos somos pocos, porque la plaga se extiende y no pasa nada. Es una suerte que existan al menos mentes lúcidas dispuestas a resistir. Cero absoluto es una crítica necesaria a la sociedad de control hacia la que estamos yendo. Es, además, una crítica inteligente, bien planteada y bien escrita. Si estuviera hablando de la novela, probablemente podría decir mucho más. Tomando su fragmento como relato, ya dije que se me quedaba corto. Así que por ahora lo dejo en que es un comienzo muy esperanzador y cuando lea la novela completa intentaré reseñar todo el conjunto.
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