conciertos: ps 2008, una crónica (iii)
Recibimos el último día de festival con mucho mejor cuerpo que el día anterior, aunque yo me hubiera quedado durmiendo ocho o nueve horas más si me hubieran dejado. Pero una nueva cita con mi nostalgia me esperaba en un parque de algún rincón de la ciudad y no quería llegar tarde ni por nada del mundo. Lo bueno de los festivales es que siempre queda algún concierto por ver, mientras las fuerzas aguanten, así que por muchas decepciones que uno se haya llevado antes, la esperanza de encontrar ese momento especial que recordaremos toda la vida siempre es lo último que se pierde.
Después de hacerle una regañiza a la bruja del euro y pico por un vaso de agua cuando pasamos por delante de su cafetería, desayunamos en un bar de viejo, de los buenos de verdad, mientras escuchábamos una conversación sobre payos, gitanos y pisos protegidos que a Jenaro le pareció extrapolable a Madrid palabra por palabra, incluyendo los nombres de algunos barrios. Un paseíto de rigor por el metro, esta vez para recorrer media Barcelona, y a las dos menos cuarto en punto estábamos entrando por la puerta del Parc de Joan Miró. Y la música ya sonaba...
Lo primero que llamaba la atención era que el escenario estaba a pie de suelo y al lado de una de las entradas del parque, precisamente por la que entramos nosotros, así que giramos la esquina de la valla y de pronto lo teníamos justo delante. Había alrededor de cien personas, muchos de ellos padres con niños pequeños, y desde el suelo ya no se podía ver bien porque todos los huecos que quedaban libres tenían una palmera delante. Las sillas blancas de terraza de apartamento de playa ya estaban todas ocupadas. Pero, por suerte, había una rampa en un lateral que seguía vacía y desde la que vimos todo a la perfección (excepto, como pueden apreciar, a Jack Hayter). Se fue llenando poco a poco, creo que el concierto al final lo vimos unas 200 personas, pero nuestra primera fila la mantuvimos sin problemas.
El concierto fue un lujo indescriptible. Cojan todo lo que dije de Sebadoh y denle la vuelta. Darren Hayman parecía querer agradar al público por encima de todo, y doy fe de que lo hizo. Todos los temas que fueron tocando, uno tras otro, sonaban como un pequeño regalo para el público. Delicados cuando tenían que serlo, enérgicos cuando correspondía, nunca un concierto en un espacio tan abierto e impropio, con los coches pasando a pocos metros de nosotros, me resultó tan íntimo y exquisito, como en un equilibrio precario que supieron mantener durante la hora y poco que estuvimos allí. Sólo rompieron el equilibrio los ladridos de dos perros que se encontraron entre el público porque sus dueños consideraron que aquel concierto era un lugar apropiado para ellos. Los hubiera abofeteado. A los dueños, claro.
Supongo que si tuviera que elegir ese momento especial del que hablaba al principio de esta entrada sería allí, en el parque, cantando The hymn for the cigarettes, esa maravilla de canción. Y juraría que no fui la única, a juzgar por las sonrisas del resto del público. Entre canción y canción, Darren se reía, nos presentaba a los dos miembros de The Wave Pictures que los acompañaban, nos recomendaba el concierto que daría ese grupo el domingo (y que yo no podría ver, como la mayoría de los asistentes al festival que no viven en Barcelona) y hacía bromas sobre lo viejas que parecían las camisetas de Hefner que veía entre el público. Su aviso de que había una mesa en la que se podía comprar merchandising surtió efecto y, cuando me acerqué a curiosear al final del concierto, las camisetas estaban agotadas. Y eso que eran celestes.
Todo el asunto de las camisetas me dio mucho que pensar, pero eso irá en la cuarta y última entrada de esta crónica, que va a ser puramente reflexiva. Por lo pronto nosotros nos habíamos reunido con algunos amigos residentes en Barna que no pudieron asistir al festival por todo aquello del trabajo que comenté en la primera parte de la crónica y nos fuimos a comer a un japonés para reponer fuerzas. El sushi estaba exquisito, igual que todo lo demás, pero me temo que la relación cantidad/precio no tenía nada que ver con la de nuestro japonés preferido de Las Palmas, el Fuji. Aún así, disfrutamos mucho de la compañía y ni la lluvia que nos llevaba acompañando desde que terminó el concierto nos hizo palidecer. Nos fuimos al hotel a dormir la siesta de rigor y me olvidé de ver a Times New Viking porque llegar a las 17:00 al Fórum hubiera sido imposible incluso renunciando a la siesta.
El Fórum nos recibió con tanta niebla que resultaba difícil distinguir las siluetas de los edificios y la línea del horizonte unos metros más allá. La tarde empezó con Silver Jews y reconozco que no me convencieron demasiado, a pesar de las muchas ganas que tenía de verlos. En primer lugar, me pasé todo el rato pensando que tenía que haber elegido a Lightspeed Champion, uno de los grupos que más rabia me dio perderme de todo el festival. Ya sabía que esa franja horaria iba a ser conflictiva para mí. En segundo lugar, estaba sentada en las gradas del ATP y sospecho que el sonido no era tan bueno como hubiera sido de estar enfrente del escenario, además de que se hacía difícil meterse en el ambiente desde allí. De todas formas, debo decir que el resto del público sí parecía estar disfrutando mucho, y de hecho esta foto más o menos lo atestigua.
Después de Silver Jews se presentaba la disyuntiva de elegir entre Buffalo Tom y Young Marble Giants. No tenía tickets para el Auditorio, y me daba demasiada pereza hacer la cola para entrar y luego tener que salir con los conciertos de la siguiente hora empezados. Así que opté por Buffalo Tom.
El principio estuvo muy bien, sonaban enérgicos y con bastante ritmo. Pero al cabo de cinco o seis canciones se empezaron a desinflar y a enredarse en guitarras quejosas y pesadas. Jenaro llegó a la conclusión de que ya no era el momento de escuchar a estos grupos. No todos los revival sientan bien, eso está claro, y parece que los grupos de cierta época de los 90 no tienen la garra necesaria para que sus conciertos sean disfrutables de principio a fin. No sé si puede ser falta de aptitud, de ganas, de maestría o de adaptación, pero está claro que hoy en día se hace muy cuesta arriba ver uno de estos conciertos. Sebadoh, Buffalo Tom, Dinosaur Jr. hace un par de años en el FIB (en el Primavera no los vi), Girls Against Boys el año pasado en el Primavera... O ya no es su tiempo o nosotros no sabemos adaptarnos a ellos. Y yo creo que es lo primero.
No duramos el concierto entero, pero yo tenía una nueva decisión que tomar antes de moverme: Kinski o Stephen Malkmus. En condiciones normales creo que hubiera ido a ver a éste último. Pero tal y como había ido saliendo el festival, me daba auténtico pánico encontrarme otra vez con un concierto coñazo y una celebridad incapaz de mantener el tipo. La verdad es que no he hablado con nadie que fuera a ese concierto, ni he leído nada de él, así que no sé si me hubiera gustado. Aún así, casi puedo asegurar que acerté al ir a ver a Kinski, porque fue uno de los conciertos que más disfruté de todo el Primavera.
Viendo las fotos de su página web uno descubre que Kinski no son tan jóvenes, pero en el escenario parecían unos chavales. El concierto fue guitarreo puro, enérgico, rítmico y con un sonido demoledor. Creo que no paré de saltar un segundo. Quizá sus discos no sean de mis preferidos ni los vaya a escuchar demasiado a menudo, pero en directo desde luego valen mucho la pena. Y cuando hace falta una inyección de energía, más aún. Lo único que me pregunté durante todo el tiempo es si conseguiría ver la cara de Lucy Atkinson, la bajista, escondida tras su melena negra sin flequillo. Y no.
Cuando terminaron aprovechamos para cenar por primera vez en la noche (mi dieta primaveral consistió, todas las noches sin excepción, en un perrito temprano y una porción de pizza después) y para coger sitio en nuestros siguientes conciertos: Jenaro se quedó en el Rockdelux para ver a Morente y Lagartija Nick y yo me fui con Diego a ver a Mission of Burma.
El concierto de Mission of Burma fue una descarga de adrenalina sin pausa. Y de la buena. Desde el primer momento sin parar de saltar y cantar un minuto, y eso que yo no me sabía las canciones. No me pregunten qué canté, a esa hora ya todo parecía posible. Fue un concierto descomunal; el grupo estaba inspirado, preciso, profesional. En estado de gracia. Creo que me dejé la garganta gritando That's when I reach for my revolver, y en general los pies durante todo el concierto. Sólo paré un momento, y fue para ir a los servicios del fondo del escenario y encontrarme con la mejor camiseta de todo el festival (de esta canción). El chico que la llevaba puesta me dijo que la había conseguido en un concierto del grupo en Nueva York la semana pasada y me estuvo enseñando las fotos del concierto. Me dio envidia, lo que debe querer decir que soy una loca peligrosa, porque no es normal que en pleno festival y con la saturación musical que tenía ya encima pudiera sentir envidia de otro concierto distinto. Claro que había sido en Nueva York. De todas formas, volví a mi sitio, cerca de las primeras filas, con Diego y probertoj, y en un par de saltos más se me había olvidado del todo aquella sensación. El final del concierto, como no podía ser de otra forma, fue apoteósico. Salí de allí agotada y con otra sensación igual de peligrosa: la de que ya podía irme porque había visto algo que valía la pena. Eso ya me ha pasado antes y suele dejarme para el arrastre el resto de la noche.
Jenaro llegó en condiciones parecidas del concierto de Morente y nos fuimos a esperar a que empezaran Shellac en el césped del ATP. Al final vimos todo el concierto allí.
La foto es una castaña porque estábamos muy lejos, pero tiene que haberlas mucho mejores por ahí (en la entrada al respecto del foro del Primavera, por ejemplo, hay algunas chulísimas). El concierto fue impresionante, pero yo estoy segura de que lo habría apreciado mucho más si no acabara de ver a Mission of Burma. Salí de allí pensando que verlos en directo, en ese programa doble que iban a compartir los dos grupos en salas pequeñas por varias ciudades españolas, tenía que ser todo un lujo. Jose estuvo en el de Madrid y nos confirmó que fue la bomba, y eso que él ya los ha visto tres veces. En el ATP, a pesar de que el sonido fue alucinante y de que el concierto estuvo muy bien, me quedé con la sensación de que había demasiada gente para lo que ellos hubieran querido. Cuando Scout Niblett salió al escenario para pedir la colaboración del público ("Do you have any questions?"), era imposible escuchar lo que algunos interaron preguntar. Lo que queda claro es que Shellac es un pedazo de grupo y que algún día habrá que intentar verlos de nuevo.
La opción natural de la noche hubiera sido ver a Les Savy Fav. Pero yo sentía que esa noche, y en general durante todo el festival, había visto mucho rock y poca electrónica, y necesitaba otra cosa o iba a acabar saturada. Así que nos fuimos a 808 State, pero duramos nada y menos allí. Jose, nuestro gurú electrónico de los festivales, nos dijo que no era lo que esperaba y que DJ Funk y DJ Assault serían más divertidos, así que pusimos rumbo al Vice y sus escaleras infernales por segunda vez en el día. Los adalides del ghetto-tech pusieron a todo el escenario a bailar. Había gente, pero mucho hueco, y podíamos movernos a nuestro antojo. Y doy fe de que lo hicimos. Lo pasamos muy bien, la verdad, a pesar de que me parecía surrealista estar allí bailando ante dos pantallas gigantes en las que no paraban de aparecer tetas y culos. Pero hay que reconocer que el booty house es de lo más divertido.
Estuvimos allí hasta que Digital Mystikz (Mala y Coki, aunque venían con Loefah también) estaban a punto de empezar y nos fuimos al CD-Drome. Creo que fue el concierto que más corto se me hizo de todo el festival y juraría que duró menos de una hora. Nos pasamos todo el tiempo en una especie de trance introspectivo, con la cadencia de la música moviéndonos a ritmo lento y contagioso. Me dejaron con ganas de más dubstep, así que espero que el Sónar me sirva para resarcirme aunque sean otros grupos a los que vea. Las fotos que tengo están borrosas y sacadas de muy lejos, así que no pongo ninguna.
Sólo quedaban Simian Mobile Disco. Durante el día, antes de la famosa siesta, habíamos ido a uno de esos maravillosos lugares que son los locutorios (no es irónico, si no fuera por ellos no nos sería tan fácil tener internet cuando estamos fuera) para sacar las tarjetas de embarque para el avión del día siguiente y nos habíamos encontrado con un correo del festival en el que nos informaban de que Simian Mobile Disco habían tenido un problema con el transporte y habían perdido sus instrumentos, así que en lugar de un concierto harían un DJ set. Eso nos fastidió un poco, y supongo que influyó en que esa noche nos fuéramos en cuanto empezaron a sonar. Me imagino que estarían bien, pero el cuerpo ya no nos daba para más. Supongo que deberíamos agradecer al cansancio que nos librara de calarnos en la tormenta que cayó después y de la que no nos enteramos. Creo que a los dos segundos de llegar al hotel ya estábamos dormidos como angelitos.
Y digo yo que nos lo merecíamos. El año que viene, con un poco de suerte, más.
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