Entre 1993 y 1995 pasé un mes al año en Londres. Iba cada verano a aprender inglés y me quedaba en Watford, en casa de una familia encantadora que me acogía como si fuera una hija más. Cuando escucho a M.I.A. siempre recuerdo aquellos días, el barrio y a los hijos de inmigrantes hindúes y paquistaníes que formaban pandillas en el parque por las tardes. No sé por qué mi memoria asocia unas cosas y otras. Había muy poca mezcla entre ellos y los chicos anglosajones. Supongo que irían a los mismos colegios, pero en su tiempo libre cada uno se situaba en un rincón distinto de aquellas calles.
El brit-pop estaba en plena efervescencia durante esos años. La explosión del movimiento coincidió con mi propia efervescencia interior, mi adolescencia, y vivirlo allí, en directo, aunque sólo fuera durante unos días al año, supuso un vuelco en mi concepción de la música, o más bien en mi actitud hacia ella, y marcó muchos acontecimientos posteriores de mi vida. Desde entonces, cuando visito una gran ciudad trato de tomarle el pulso musical, intento averiguar qué se está cociendo, cómo y dónde. Sin embargo, con viajes de pocos días, que son los que puedo permitirme ahora, a veces resulta difícil llegar siquiera a vislumbrarlo. Por eso, y porque llevo varios días dándole muchas vueltas a determinadas cuestiones, esta entrada tendrá muchas más preguntas que respuestas.
Soy consciente de que, por mucho internet y demás medios que existan, es imposible hacerse una idea de lo que realmente se está moviendo en una ciudad si uno no vive en ella. Incluso en la propia ciudad en la que uno vive se puede tener la sensación durante la mayor parte del tiempo de que lo importante está pasando en otro lado. Da igual dónde esté uno, las cosas siempre pasan en un sitio que no es ése. De hecho, incluso sobre aquellos años con los que he empezado esta entrada, muchas veces me pregunto qué había aparte de brit-pop. No qué llegaba a Inglaterra desde otros sitios, sino allí mismo, ¿qué más se hacía? Sé que puedo meterme en allmusic.com, por ejemplo, y tratar de investigarlo, pero no me interesan las respuestas a las preguntas que hoy planteo, sino por qué son esas mis preguntas, es decir, por qué tengo cierta percepción de las cosas y no otra.
Además de las limitaciones derivadas de no vivir en la ciudad sobre la que uno está investigando, hay otra limitación obvia y es la que impone el propio gusto de cada persona. Es probable que hoy en día se estén haciendo un montón de cosas en Londres que a mí no me interesan y por eso no les presto ni las más mínima atención. Si en alguna ciudad europea se estuviera desarrollando un nuevo tipo de new age, o rock progresivo, o heavy metal, o cualquier otro tipo de música de los que no suelo oír, yo ni me enteraría, por mucho que se llegara a considerar como un verdadero hito musical. Tengamos eso presente, pues.
La cuestión es que durante el viaje a París intenté averiguar qué es lo que se estaba moviendo en la ciudad, o al menos, sabiendo que era imposible conseguir algo así, aprehender parte de lo que allí se está ofreciendo en cuanto a música. Mi idea previa, obtenida de la lectura de blogs y más blogs, era que en París se escuchaba sobre todo música electrónica (mucho rollo electro indie de ése que llena hoy día las páginas web y las pistas de baile cool de las ciudades) y también indie-rock importado, en parte del Reino Unido (más animado) y en parte de Estados Unidos (más neo-folk y americana). La producción propia parecía estar a medio camino entre las dos cosas, aunque si en algo llevan años destacando los franceses es en el terreno de la electrónica hedonista y bailable.
Y sin embargo, yo estaba convencida de que tenía que haber algo más. Una de las principales razones para ello es que tanto la electrónica francesa como el indie-rock son, a grandes rasgos y con excepciones, movimientos musicales hechos por blancos y para blancos. (Por cierto que hubo un interesante debate sobre ese tema hace algo más de un año en el antigo blog de La increíble verdad). Lo mismo sucedía con el brit-pop. Sé que no debería afirmar esto guiándome sólo por mi memoria, pero el único grupo que recuerdo que se salía de esa norma era Echobelly, cuya cantante, Sonya Aurora Madan, había nacido en la India. Una de las canciones de Echobelly, Call me names, hablaba de hecho sobre las dificultades que el color de su piel le suponía para la integración en la sociedad inglesa.
Mi preocupación era saber qué pasaba con los hijos y nietos de inmigrantes en París, qué tipo de música estaban haciendo ellos, qué tipo de música les interesaba. Sé que en Londres existe toda una serie de movimientos como el grime y el dubstep cuyos impulsores son músicos tanto negros como blancos, y precisamente ésa es una de las cosas que me resultan llamativas: al contrario de lo que pasa con el indie, en este caso se trata de música de raíces negras que sin embargo atrae a músicos blancos. ¿Y en París? Los que leyeron mi serie sobre Zebda de hace un tiempo sabrán que la integración de los inmigrantes de primera, segunda o tercera generación en los países de acogida y las reacciones de las sociedades de recepción son temas que me interesan y me obsesionan un poco, por lo que mis principales dudas se referían a ellos.
Por otra parte, me interesaba también saber cómo se expresan en París las relaciones entre los habitantes y su ciudad, esa inmensidad de edificios, gente, coches y movimiento. Cada ciudad, sea grande o pequeña, se impone a los ciudadanos de distinta manera, dependiendo de su fisonomía, su historia, su vida política, y ellos corresponden a su vez interactuando con la urbe de una forma u otra. En Londres, si nos dejamos guiar por los bajos contundentes, los efectos cortos, estridentes y repetitivos, y las voces, enérgicas o fantasmales, del dubstep, obtenemos un puzzle sonoro que habla de soledad, tensión, oscuridad y bruma. La visión hedonista y despreocupada de París que ofrece la electrónica no se corresponde con la idea que tengo sobre una ciudad de ese tamaño y población. Y por mucho que el carácter francés y el inglés sean distintos, la historia reciente de la ciudad demuestra que en ella existen problemas estructurales graves que tienen que estar mostrándose en la producción musical de alguna forma, en algún sitio.
Las visitas a las tiendas de música no me ayudaron mucho a despejar mis dudas. Además de las grandes tiendas como la Fnac (las dos sucursales que visitamos, por cierto, eran bastante más pequeñas que la de Callao en Madrid y estaban más viejas y peor iluminadas que las del Triangle y de Plaza de España en Barcelona) y Virgin Megastore, sólo conseguimos ver tiendas de segunda mano. La única tienda pequeña a la que nos encaminamos por indicación de la guía de Lonely Planet había cerrado. En las grandes, por cierto, tenían un pequeño cacao en cuanto a la distribución por estanterías de los discos que estuve buscando. Zebda está en Variedad francesa. Expérience en Rock francés. Roísín Murphy se considera Electro, igual que Flying Lotus. Burial lo colocan en Trip-hop. Y nada más entrar quedaba claro lo que se lleva para el gran público: tecktonik. Curiosamente, pudimos escuchar cosas tan parecidas a lo que se oía en España a principios de los 90 como versiones chunda-chunda del Summer of 69. Así que el tecktonik no parece que sea una gran evolución en la electrónica, más bien el mismo perro con otro collar, o con otra campaña de marketing.
La única indicación de que existía algo distinto era la estantería de rap francés. Muy grande y surtida, comparada con el espacio de que disponían otros tipos de música, las portadas de los discos parecían clónicos de las que se encontraban en la estantería de al lado, dedicada al rap estadounidense. Mismo diseño, mismos colores. Esto se repetía en la Virgin y la Fnac.
Sé que una gran tienda de música no es el mejor indicativo de lo que se está moviendo en una ciudad. Pero el domingo por la mañana nos fuimos a dar un paseo por el mercado de la Porte de Glignacourt y yo suponía que aquello me daría más ideas. Tampoco es que un mercadillo sea la panacea para encontrar el tipo de música que escuchan los jóvenes, pero al menos sería un indicativo más. Y lo que encontramos fue una sucesión interminable de puestos y tiendas de ropa deportiva. Adidas se ha convertido en la estrella del baile. No hay chaval que no lleve una chaqueta de Adidas clásica, con sus listas en las mangas y su logotipo en un lado. Algunas eran más discretas y otras más llamativas, pero todas tienen la misma forma. Además de las chaquetas, camisetas gigantes de rapero, muchas de equipos de la NBA o similares, y muchas con consignas sobre movimientos de liberación africanos. También otras sobre los banlieues, con la indicación del número de barrio, en muchas bajo la palabra banlieue y en otras bajo la palabra ghetto. Otra estrella: el ghetto blaster, convertido en protagonista de muchas de las camisetas. El eslogan más repetido era "I love my ghetto blaster". Tuvimos incluso una charla con los chicos de una tienda sobre las zapatillas que se llevan en España y en Francia. Y aprendimos que allí también habían llegado las Victoria, aunque lo que más había eran Adidas, Nike, Vans, Converse, Kawasaki y una marca de la que nunca habíamos oído hablar y que no soy capaz de recordar.
En cuanto a la música, lo que sonaba en todos los puestos (y la mayor parte de lo que se vendía) era rap, como se preveía en las megatiendas. Con raíces africanas, especialmente del norte de África, y algo de reggae. Y con mucha influencia estadounidense, pero asimilada y reconvertida. Había un puesto en el que sonaban vinilos increíbles de los 50 y los 60. Es verdad que un mercadillo es muchas veces poco más que un reclamo para turistas y que todo lo que uno ve en ellos debe ser tomado con pinzas, pero no parecía ser así en este caso. Al contrario, comparado con el tamaño que tiene (se supone que es el más grande de Europa) y la cantidad de gente que había, los pocos turistas que deámbulabamos por allí éramos poco menos que insignificantes. Además, hay que tener en cuenta que la mayoría no estaban recorriendo los puestos de música y camisetas, sino los de bolsos de imitación.
Si de verdad es el rap la alternativa musical, mi sensación es que se trata de una manera de encauzar la rabia. Supongo que es el sentimiento que una ciudad como París debe provocar en todos aquellos que no están inmersos en la vorágine empresarial y consumista. Sí, claro, es una ciudad preciosa para ir como turista. Pasear por las calles del centro durante una semana, tan limpias, tan bonitas, tan llenas de monumentos, boutiques y terracitas, es todo un placer. Pero, ¿y el resto? ¿Qué pasa con esas calles que no son tan bonitas? ¿Con los millones de personas que viven en barrios menos agradables y que no tienen las mismas oportunidades para subir pisos de la pirámide capitalista? Supongo que es lógico que el rap y sus derivados sean la forma de expresarlo. No tan festivo como lo que hacía Zebda, no tan comercial ni light como el último disco de MC Solaar, pero con ingredientes parecidos. Al fin y al cabo, si las raíces de los descendientes de inmigrantes no están presentes en la música que escuchan, no estarán en ningún sitio. Y si escucharan otras cosas, quizá significaría que no existen problemas de integración. Y estaríamos hablando de una utopía.
PD. Yo misma sucumbí a Adidas y arrasé con la serie Respect me... rebajada de la temporada pasada. Sí, de vez en cuando me dan ataques consumistas a mí también. Seamos realistas.