Sigo intentando ponerme al día con los discos del 2009. Hay ratos en los que me dejo llevar por la impaciencia y, en lugar de atacar un disco desde el principio, pincho canciones al azar, escucho un par de notas y salto a la mitad del tema para seguir escuchando un ratito. Pocos superan ese test de aleatoriedad. Curiosamente, es el mismo que suelo emplear cuando un libro me llama la atención en alguna tienda y no conozco al autor. Lo cojo, leo las primeras líneas y salto a un punto indefinido cerca de la mitad del libro para leer algunas líneas más. Si superan la prueba, lo compro o lo apunto para futuras compras. Y de vez en cuando sucede.
Me pregunto si el hecho de que los discos no pasen bien el test se debe a que sé muy bien lo que le pido a una novela, pero no lo que le pido a un disco. O si es porque la literatura que me gusta está muy definida y pocas veces me salgo de ese camino, mientras que la música que escucho se podría calificar, siendo amables, de dispersa.
Lo cual me lleva a la discusión que nos ha tenido enredados a Jenaro y a mí la mitad de las navidades, y que aún colea. Más o menos el objeto de la discordia es lo distinta que es la música que esucho ahora de la que escuchaba hace unos años. Supongo que todo se podría resumir en saber por qué, por primera vez en la vida, escucho cosas bastante compatibles con lo que escucha mi hermano (también conocido cariñosamente por mí como "el máximo de la Máxima"... de la Máxima FM, se entiende). No es lo que oigo exclusivamente, ni mucho menos, pero es que antes nuestros gustos ni se rozaban.
Tanto Jenaro, en su extrañeza, como yo, en mi defensa, tenemos argumentos de sobra. Pero el momento en que por primera vez decidí que la discusión dejaba de tener sentido fue después de pinchar durante un rato en el ROOMing el otro día. Dije que había horrorizado a los pocos amigos que estaban por allí, y aún lo pienso. Sin embargo, yo ese día necesitaba varias cosas que sólo podía proporcionarme una sesión como la que hice: divertirme de principio a fin, poner lo que me diera la gana sin condicionantes externos y pinchar temas que sabía con seguridad que no iba a poner nadie más (era una tarde-noche con 10 DJs distintos). El momento de poner El tigeraso de Maluca supongo que fue el súmmum del horror para ellos. A mí me parece una canción bastante divertida, pero reconozco que la diversión se termina cuando eres la única que lo piensa.
Así que ahora he vuelto a una especie de confusión músico-existencial, una extrañeza permanente conmigo misma y con mi entorno. En general todo se resume más o menos así:
- hay música que me requiere esfuerzo y tengo que escuchar en momentos en los que pueda dedicarle tiempo. De ésta cada vez escucho menos.
- hay música que me acompaña cuando estoy haciendo otras cosas y a la que no sólo no necesito prestarle atención, sino que me ayuda en el resto de mis tareas. Mucha de la música electrónica más tranquila que escucho se engloba en esta categoría.
- hay música que me horroriza o me aburre y por tanto no la escucho.
- hay música que me divierte y me sube el ánimo y ésa es la que prefiero pinchar, la que escucho en el iPod cuando me lo pongo por la calle y la que me gusta oír si entro en una tienda (se sorprenderían de lo bueno que es el hilo musical del H&M de aquí). Esta categoría, la mayor de todas, antes se componía casi exclusivamente de rock y pop y ha ido mutando para contener muchas otras cosas. Por el camino la cantidad de rock y pop se ha ido reduciendo bastante.
Además, me he saturado de las etiquetas y discusiones sobre lo indie y lo no indie, y ha llegado un momento en el que si alguien menciona esa palabra mi primera sensación es de rechazo. Eso no impide que uno de mis discos preferidos del 2009 sea el de
The XX, a los que todo el mundo se refiere como grupo indie. Pero no pienso en ellos en esos términos, como en general no me dedico a etiquetar nada.
En cierta forma estoy más dispuesta a escuchar sonidos distintos a los que eran habituales para mí y mis gustos son más permeables que hace unos años, pero me pregunto si eso me ha hecho perder un cierto criterio musical.
Les pongo un ejemplo práctico. En un gesto de osadía que le honra, Jenaro ha decidido intentar entenderme y ahora se lleva mi iPod para ir a correr. Es un iPod de 2GB en el que sólo tengo algunos discos (pocos) y canciones sueltas de las que pinchaba en las sesiones del Mojo. Es decir, música movidita. Ha empezado a escuchar las canciones en orden y ayer, que era el tercer día de la prueba, llegó horrorizado. Según él, todo iba bien, porque le había tocado oír la segunda mitad del disco de The Bug y luego algunas canciones sueltas de Buraka Som Sistema. Las dos cosas le gustan. Luego no sé si vino alguna otra cosa y, de repente, la hecatombe. Tengo una canción de
Cassino,
Tu noche en mi coche. Supongo que es un buen ejemplo de canción que a mí me gusta por cualquiera sabe qué motivos (no los podría definir, la verdad), pero que a él puede muy bien parecerle aborrecible.
Ejemplos como ése son los que me hacen pensar en mi propio criterio musical. Hace años creo que esa canción también me hubiera gustado, pero hubiera sido una simple
boutade por mi parte, entre toneladas de lo que se podría llamar "buen gusto". Eso me recuerda a cuando conocía a María, la amiga de la que hablaba en
esta entrada (y que, por cierto, me encontró por el Facebook poco después y ahora ya estamos en contacto, como para menospreciar a la paginita de marras). Empezamos a hablar de música y, aunque ella me llevaba siglos de ventaja, compartíamos muchos gustos. Digamos que era el perfil más o menos indie o alternativo (cuando ninguna de estas dos etiquetas se habían vuelto aborrecibles) de mediados de los 90. Lo curioso es que cuando hablábamos de grupos que se salían un poco de esa línea, las dos coincidíamos también en ellos. No sé que nombre le daríamos en esa época. Tampoco sé si son lo que se suele llamar
guilty pleasures. Simplemente, eran artistas que se salían de nuestras escuchas habituales, y esa extraña sincronía en nuestros "gustos raros" nos llamaba la atención.
Hoy en día, si yo empezara de nuevo la Universidad y me pusiera a hablar de música con alguien, no sé si encontraría a alguien con un perfil como el mío. Es más, me encantaría saber cuál es ahora mi perfil, y si es posible definirlo con alguna palabra que no sea incoherente.
Y en esas estoy. Pausa. Pasemos a algo más tangible.
Durante estos días no he escuchado discos suficientes como para poner las portadas y esas cosas habituales en las entradas anteriores, pero sí he oído alguno que otro. Clair, de
JP Nataf, por ejemplo, que tuve que oír en Spotify (con su publicidad cada vez más incordiante) porque no lo encuentro por ningún lado, y que me gustó mucho. También me gustó muchísimo el de The Horrors, aunque creo que aún me faltan escuchas que darle, pero me sorprendió muy favorablemente. Yo no había escuchado el primero, pero después de leer críticas tan buenas de éste, me animé, y la verdad es que creo que está bastante bien. Eso sí, no paro de preguntarme cuándo se convirtieron en Joy Division, sobre todo después de escuchar canciones como ésta:
Los Reyes Magos, que ya saben que son muy sabios, me trajeron de regalo Chill Out, el disco de Joe Crepúsculo, y no vean lo que gana escuchado en la cadena y no en los auriculares. Creo que le voy cogiendo más cariño que la primera vez que lo oí.
En el apartado de lo olvidable, el disco nuevo de los Editors, con canciones que parecen de Duran Duran, pero interminables.
Y hoy estoy empezando el día con una mixtape de Buffet Libre,
Verbena Selected 4, bastante entretenida. Supongo que en algún momento reuniré fuerzas para ponerme a escuchar los demás discos que me faltan del 2009 en condiciones y no en modo "pincho aquí, pincho allá". Mientras tanto, volver a los clásicos con una mixtape como ésta es una buena forma de que todo lo que he escrito deje de tener importancia, si es que la tuvo alguna vez.