22.3.06

la prima pródiga

Por fin llegó la primavera, esa maravillosa y terrible estación. Llegó el buen tiempo, llegó el sol y dentro de una semana llegará el cambio de hora y con él las tardes cada vez más largas para pasear por la orilla de la playa o dejar pasar las horas con un libro entre las manos sin recordar la hora a la que sonará el despertador a la mañana siguiente. Llegaron los colores claros, aunque uno vista de negro, llegaron las sandalias y las mangas cortas, los bañadores y las faldas con flores. Llegaron las mañanas de domingo que invitan a salir a la calle y leer el periódico en una terraza acompañado por un zumo de naranja y un croissant. Llegó el placer de sentir el sol en nuestros hombros y la alternancia del paraguas y las gafas de sol en nuestros bolsos.

Pero también llegó la revolución de las hormonas y, con ella, llegaron la ciclotimia colectiva y la astenia primaveral. La apatía, la falta de iniciativa, la irritabilidad sin motivo, la pereza contagiosa y la desgana fotofóbica. Llegaron las competiciones de las radio-fórmulas por encumbrar quince ridículas canciones del verano desde tres meses antes, llegaron las gripes traicioneras de última hora y llegaron los atascos en las carreteras que van a la playa. Los billetes de avión con precios disparados, los compañeros de trabajo que te recuerdan a diario que ellos ya tienen pedidas y compradas sus vacaciones y los borrachos gritando de madrugada debajo de cualquier ventana.

Adoro esta estación. El iniverno es tímido, el otoño, sombrío y el verano, chabacano. Pero la primavera es única, atrevida, voraz y magnánima, cruel y retorcida, luminosa, libidinosa, vital y colorida. En ninguna otra época del año somos tan capaces de lo mejor y de lo peor. En ninguna otra época del año podemos sentirnos tan vivos.

1 comentario:

Javi dijo...

Me estabas dando mucha envidia, pero sólo durante el primer párrafo... Aquí hace un día horrible.

En todas partes cuecen habas, así que...