Las compras fueron bastante exitosas y sólo me faltó por encontrar un libro que me imagino que debería ir considerando carne de librería de segunda mano. La palabra descatalogación ya fue mencionada por el dependiente de una de las pocas librerías decentes de Las Palmas. En total, dos libros y un disco se unieron a mi lista creciente e inabarcable de posesiones pendientes de procesar. A día de hoy al menos el disco ha conseguido abandonarla. Lo de los libros tardará un poco más.
Comimos todo el mini-grupo en un sitio que conocía Diego del año pasado y en el que algo parecía estar fuera de la realidad. Era un restaurante con decoración y menaje de sitio de postín y con un menú de precio ajustado a bolsillos renqueantes. La camarera, sin embargo, era antipática como ella sola, pero a nosotros nos dio igual. Con la lógica festivalera presente, elegimos los platos no por cuánto pudieran gustarnos sino por cuánto pudieran llenarnos y conseguir que no necesitáramos hacer mucho uso de la oferta gastronómica del recinto del Fórum. Después de la comida, hicimos acopio de moral y nos fuimos a hacer cola para conseguir las entradas de Portishead en el Auditorio. Media hora bajo un sol abrasador y lo habíamos conseguido, así que nos fuimos al hotel a dormir la siesta que nos merecíamos y yo renuncié, con todo el dolor de mi corazón, a ver a Russian Red a las 17:00.
El primer concierto de la tarde, uno de mis imprescindibles del festival, era el de Grande-Marlaska. Había estado chispando hasta ese momento, pero justo cuando se acercaba la hora del concierto, las nubes emigraron y dieron paso a un sol de justicia, que nos puso muy cuesta arriba a todos estar en el escenario Rockdelux. Para el público fue duro, para el grupo me imagino que debió de ser un infierno (y así lo confirmó Malela casi suspirando, antes de la última canción: "¡qué calor!, ¿no?"). Y, sin embargo, el concierto fue una delicia. Al principio la voz de Roberto no se oía mucho, pero al cabo de dos o tres temas el volumen era perfecto. Todas las canciones sonaron de maravilla, ellos estuvieron encantadores y creo que todos los que estábamos allí disfrutamos muchísimo del concierto. Sonaron todos los temas del disco y algunos del EP de Garzón, ese EP que no tengo y que no compré nunca porque soy estúpida y otra serie de cosas que ya contaré. Volviendo al concierto, no paré de bailar, me emocioné cuando sonó Ideología, pero también con unas cuantas más, y se me hizo corto, corto, a pesar de que duró al menos una hora. Salí de allí achicharrada y feliz.
Y los Sonics me gustaron mucho. Sí, están mayores. Lo que hacen ahora no se puede llamar punk ni de lejos. Pero tienen una marcha en el cuerpo que ya quisieran otros. Cuando vimos a Lou Reed hace unos años, en Santiago, lo primero que pensé cuando empezó el concierto fue que aquel hombre no estaba ya para estar allí de pie. Que casi no podía ni tocar la guitarra. Que no conseguía imaginármelo más que en un asilo o una casa tranquila en la que no tuviera que hacer nada. Pero los Sonics no transmitían esa sensación. Se les veía viejos, mucho más viejos que a Lou Reed, de hecho, pero nos divirtieron, nos hicieron mover el esqueleto un buen rato y sonaron bien. Yo no esperaba más.
La mala decisión llega ahora. Una hora de retraso para Portishead significaba que empezarían a la misma hora que Sebadoh. Y yo opté por quedarme fuera para ver a Sebadoh. Fue uno de los grupos más importantes de mi adolescencia. A Portishead los había visto, más o menos, la noche anterior. Creía que era lo que tenía que hacer. Y Jenaro decidió quedarse a ver a Sebadoh conmigo. Aunque sólo fuera por la paliza que le había dado con ellos.
Me equivoqué. El concierto de Sebadoh, para mí, fue el peor de todo el festival. Aburrido, tedioso, insoportable. Canciones ásperas y arrugadas sin una pizca de ritmo, de luminosidad. Un repertorio infumable para aquel sitio y aquella hora. Diría que era un repertorio infumable para cualquier sitio y cualquier hora. El comentario más oído a nuestro alrededor era que estaban tocando todos los temas más raros y difíciles adrede. Fue un rato horrible y terminamos con una mezcla insoportable de frustración y resentimiento. En ese momento odiamos los festivales. Odiamos la palabra escenario.
Intentamos animarnos y nos fuimos a ver a Devo, que, afortunadamente, nos devolvieron la energía que se nos había esfumado antes. Lo suyo no fue un concierto, fue un show, un espectáculo de variedades en el que el público podía involucrarse cuanto quisiera. Bailar, gritar, aplaudir. Todo lo hicimos, y fue divertidísimo. "Do you want Booji Boy?" es una frase que no se me ha quitado de la cabeza todavía. Tocaron todos los temas míticos entre proyecciones. Lanzaron al público caramelos y sombreros rojos piramidales. Se despojaron de los monos de papel que llevaban puestos rompiéndolos con las manos. Hubo hasta un tipo disfrazado de conejo en el escenario. Me imagino que si alguien los ha visto ya en concierto, no le ofrecen nada nuevo. Pero para mí era la primera vez que los veía y la disfruté muchísimo. Además, falta nos hacía.
De Devo, Sebadoh y los Sonics no hay fotos porque estaba demasiado lejos.
Nos fuimos a ver a Fuck Buttons, uno de los grupos por los que yo tenía curiosidad. Estábamos hechos polvo, pero afortunadamente conseguimos sitio en las gradas del escenario ATP y nos dispusimos a ver el concierto. Fue, más o menos, una experiencia religiosa. Un muro de sonido cayendo sobre nosotros, pero sonido del bueno, de ése en el que uno sí quiere perderse. Andrew Hang y Benjamin Power tardaron un poco en salir, pero se esforzaron mucho para que todo sonara perfecto y yo creo que lo consiguieron. Todo el espíritu y la magia del disco estuvieron allí. Debo reconocer que, durante diez o quince minutos del concierto, fui víctima de un sopor que no me dejaba levantar cabeza. Me dormí, pero de puro agotamiento, y durante aquel rato me sentía envuelta por los sonidos que llegaban del escenario, sin ser capaz de distinguirlos del todo. Cuando nos fuimos, a cinco minutos del final, estaba como nueva.
Más o menos a la hora que tenía que empezar El Guincho abandonamos a la profesora de aerobic, como llamaba Jose a la cantante de The Go! Team, y nos fuimos otra vez a descender las escaleras del Vice. El concierto empezó a retrasarse. Primero, porque estuvieron durante un buen rato colocando unas pantallas a los lados del escenario para las proyecciones. Y luego por algún problema con el sonido que no sabemos cuál fue, pero que retrasó todo. Al final, la idea de ver veinte minutos y luego ir a The Rumble Strips se nos fue al garete porque era la hora de que empezaran los segundos y aquello seguía parado. Para cuando empezó la actuación yo me había venido abajo. Tal cual. Ya no tenía fuerzas ni pa un roto ni pa un descosido. Escuchamos como empezaba la primera canción (que ni sé si era Palmitos Park o Kalise o cuál) y nos mandamos a mudar. Allí, o te animabas y te arrancabas a bailar, o morías. Y yo no estaba ya para bailoteos.
PD. Me dejo algunas anécdotas de entre concierto y concierto porque irán en una entrada aparte. Y porque me tengo que ir a dormir o mañana voy a estar en la oficina como el viernes en el concierto de El Guincho.
Devo tienen que ser divertidísimos. Qué envidia.
ResponderEliminarRussian Red, the Felice Brothers, Devo, the Rumble Strips, son cosas que merecen el agotamiento.
ResponderEliminarLos Felice son unos de los descubrimientos de este año, como Lourdes, Devo los oigo desde el Mongoloid, que supongo que ya no lo tocarán.
Es un placer leerte, espero que cuando vaya las Canarias pueda escuchar tu música también.
Descansa, Ignacio
Pero Mr. Sandman, si tú mientras estabas disfrutando de todos esos grupos heavies del infierno que te gustan ;-)
ResponderEliminarSaludos a los dos