Hay personas para las que madrugar es una tortura comparable a escuchar durante cinco minutos las uñas de un profesor de física arañando una pizarra. Yo soy una de ellas. Cuando el jueves sonó el despertador a las cuatro y media de la mañana, hubiera matado por no levantarme. Afortunadamente, la cordura se impuso en algún momento (bueno, más bien que Jenaro, que cogía el avión más tarde porque tenía que trabajar por la mañana, me despertó para que me fuera a tiempo) y a las cinco estaba sentada en el taxi camino del aeropuerto. Fue, increíble pero cierto, un trayecto de lo más agradable: el taxista, quizá porque había visto mi cara de sueño, me preguntó si estaba cómoda, me deseo buen viaje y tenía puesta una emisora de música bastante soportable. Canciones antiguas pero no tan choteadas como las que ponen M-80 y Kiss FM.
Llegué al aeropuerto tan pronto que todas las tiendas de periódicos estaban cerradas. Después de un pequeño ataque de cólera, me alivió pensar que llevaba conmigo un libro de unas seiscientas páginas que me tenía que durar todo el viaje. Embarcamos en hora y al escuchar al comandante del avión decir que el vuelo duraría 2 horas y 35 minutos viví uno de esos momentos poltergeist que tienen las rutas entre Canarias y la Península.
[A saber:
- los vuelos que parten del archipiélago duran mucho menos que los que parten de la península hacia acá
- los vuelos a Madrid tardan sólo entre 10 y 15 minutos menos que los vuelos a Barcelona, a pesar de que un vuelo de Madrid a Barcelona tarda bastante más, pero los vuelos desde Madrid a las islas tardan entre 20 y 25 minutos menos que los vuelos desde Barcelona]
Dos minutos más tarde me había puesto el disco de Lightspeed Champion en el iPod, que fue lo más tranquilo que encontré, y estaba casi dormida del todo. Y digo casi porque tuve la mala suerte de que, justo en la fila de detrás de la mía y en la siguiente, viajaban entre diez y doce mujeres cuarentonas que se iban juntas de vacaciones o, por las cosas que decían, de fiesta loca, y no pararon de hablar, aplaudir y gritar en todo el viaje. No sé si no se daban cuenta de que eran las seis de la mañana y el resto de los pasajeros, todos en silencio, estábamos intentando dormir, o es que les daba igual. Aún así, la voz de Devonte Hynes surtió efecto como nana relajante y apaciguadora. Puse el disco tres veces y dormí con él de fondo durante todo el trayecto.
Creo que era antes de las once cuando aterrizamos en Barcelona. Soy una urbanita convencida y tengo pasión por recorrer las ciudades grandes. A pesar de haber ido otras tres veces antes, nunca había estado sola en Barcelona. Y tener unas horitas para moverme por allí, teniendo que fijarme en todos los detalles, sin mucha prisa, me parecía un lujo. Y lo fue. Tardé casi dos horas en llegar al hotel, cansada y con la maleta a cuestas, pero de lo más feliz. A veces las horas previas a los acontecimientos que uno desea durante mucho tiempo, en las que se disfruta un estado de excitación anticipando todo lo bueno que está a punto de ocurrir, son casi mejores que las de los acontecimientos en sí. Luchar contra esa sensación es uno de los principales retos a los que se enfrentan los artistas al salir al escenario. O, como le decía a probertoj en una hora nada decente del viernes por la noche, los conciertos también son cuestión de expectativas: mientras más alto ponga uno el listón, más difícil lo tendrán los músicos.
Por una serie de casualidades familiares, acabé comiendo en la cafetería de la Facultad de Geografía e Historia, al ladito del MACBA. El comedor universitario, tan parecido al que me vio comer durante un porrón de años en Madrid, tenía fideuá de primer plato en el menú. Con ali-oli. No sé si era por no haber comido nada desde las cinco de la mañana, pero me pareció un auténtico manjar. Después de comer, de dar un paseo y de despedirme, me fui corriendo otra vez de vuelta al hotel, para coger las cosas y estar en el Fórum a las seis en punto. No quería perderme el concierto de Tachenko. Llegué por los pelos, pero ya estaba bajando las escaleras de escenario Vice (que en ese momento me pareció que estaba lejísimos) cuando empezó a sonar la primera canción.
Empezamos, pues, con la crónica de verdad. El disco nuevo de Tachenko, Una vida pide otra, lo había escuchado una sola vez antes del festival. Supongo que no era el momento apropiado, porque no me había llamado mucho la atención. Aún así, tenía mucha curiosidad por verlos en directo. Y no sólo no me defraudaron, sino que pusieron el listón tan alto que el resto de la noche sólo Edan consiguió igualar lo mucho que me gustaron. El saludo de Sergio Vinadé ("buenas noches. Uy, qué cachondo, buenas tardes, quiero decir") dejaba bien a las claras lo difícil que tenía que ser para ellos estar tocando allí: hacía calor, éramos cuatro gatos cuando empezó el concierto y estábamos en el escenario más alejado del recinto del festival. Sin embargo, estuvieron fantásticos. Las canciones más pop sonaron dulces y sentidas, pero, para echar por tierra mi idea preconcebida de que sería un concierto de medios tiempos, la mayoría de las canciones llenaron el escenario de rock enérgico y consiguieron que todos acabáramos bailando y saltando, incluso un par de guiris vestidos con blusones de gasa psicodélicos que debían estar de haciendo tiempo para ver a MGMT. Pues hasta a ellos los retuvieron allí hasta el final, bailando como el que más. Si una vida pide otra, la mía desde luego, pedirá más conciertos de este pedazo de grupo.
MGMT salieron al escenario tras hacerse de rogar un poco y lo primero que pensé fue que el cantante era la guiri psicodélica del concierto de Tachenko, de tan igualitas que eran las camisas que llevaban ambos. El grupo tenía dos posibilidades: resultar muy divertidos o muy soporíferos. Optaron por lo segundo. Empezaron por los temas más farragosos del disco, a una hora en la que el sol no invitaba demasiado a ese tipo de desvaríos musicales. Mi sensación fue que dejaban traslucir pocas tablas y pocos recursos. Resumiendo mucho, aguanté media hora y me pareció un coñazo. Lástima, porque yo era de las que disfrutaba con el Oracular Spectacular.
No sé si ver el público en esta foto lo dejará más claro, pero yo creo que mucho no se están divirtiendo.
Entonces llegó el, para mí, segundo concierto del día. Edan y MC Dagha fueron sin duda lo más divertido del jueves. Simpáticos y profesionales, hicieron participar al público una y otra vez, hicieron bromas, se disfrazaron, sacaron lo que parecía un asiento de avión, rapearon, samplearon, nos hicieron bailar, nos enseñaron uno a uno un buen puñado de vinilos... Nos lo hicieron pasar en grande.
No subo fotos de su concierto ni del de Portishead, que venían a continuación, porque yo estaba demasiado lejos del escenario y ya era de noche, así que en mis fotos se ve poco más que el público y unos puntitos de colores a lo lejos.
Y llegamos a Portishead. Supongo que es uno de los conciertos controvertidos del festival. El Rockdelux no era, claro está, el mejor escenario para verlos. El carácter intimista de su música desapareció irremediablemente ante la legión de seguidores ruidosos que esperaban para verlos. Resultaba demasiado difícil concentrarse en la voz de Beth, a pesar de que ella se esforzaba por sonar tan dulce como siempre. Yo creo que no fue un mal concierto, o al menos las canciones no sonaron mal, y eso ya es algo. Pero está claro que las condiciones no permitían que fuera un concierto magnífico. Adelanto que el viernes, en el Auditorio, probablemente sí lo fue, o al menos eso me dijeron los que estuvieron allí. A mí la nostalgia me llevó a ver a Sebadoh en su lugar y obtener, como dijo Carlos el sábado, una puñalada en mis recuerdos.
Entre Portishead y Vampire Weekend, Jenaro y yo vimos un ratito de Voxtrot. Y aquí tengo que ser sincera: no me acuerdo de nada del concierto. Creo que sonaba bien, pero yo estaba ya muy cansada (¿puedo recordarles la hora a la que me había levantado, en mi disculpa?) y estuve ese ratito sentada en el suelo haciendo poco más que tiempo para el otro concierto. Tengo fotos que atestiguan que estábamos allí y tienen buena pinta, así que dejo una aquí.
Fantástica la crónica del primer día.
ResponderEliminarA mí de Vampire Weekend lo que me gustó fue precisamente eso: que parecen en directo lo que son en disco. Ya en el debut al cantante se le nota que llega donde puede, no donde quiere.
Yo llevo diciendo desde el primer día que a éstos les soplas y se te deshacen. Pero ése es el encanto de su disco.
Me alegro de no haber llegado a MGMT, a los que relego definitivamente a la categoría de poca cosa.
Public Enemy, estaba cantado, ya sólo van a poner la mano y recoger la pasta: éste ha sido el primavera del final de muchos mitos.
Y me acabo de dar cuenta de que también tocaron Enon. El PS acaba siendo frustrante incluso cuando no quieras llegar a todo.
¡Hola!
ResponderEliminarYo aún no he querido leer muchas crónicas de los conciertos, pero, por lo poco que he leído, algunas veces parece que los autores y yo hemos asistido a conciertos distintos. Supongo que sería demasiado difícil rastrear todas las razones y causas para que eso sea así, pero no me cabe duda de que la unanimidad casi nunca existe.
Dicho esto, me alegro de ver que tus opiniones y las mías coinciden en muchos casos. Me ayuda a confiar en mi criterio :-D
Saludos
Creo que en Radio 3 han puesto el concierto de Portishead por las nubes, como si fuera el acontecimeinto del año. Menos mal que tengo otro referente, porque ya no sé por donde va la vaina.
ResponderEliminarA mi me das un poco de envidia (o mucha), prefiero reconocerlo, pero también te digo que de la primera hornada no moriría por ninguno. Soy un pelín más poppie y no lo puedo remediar. Sólo el Country me ha sacado de mis dictados.
Coincido con probertoj que los Vampire pueden ser lo más interesante del día pero, o se replantean la vida o no les veo mucho futuro. En las empresas se llama reestructurarse.
Espero la segunda crónica, ya que es la única forma que tengo de vivir el Primavera con un poquito de rigor y sinceridad.
Tengo mis limitaciones etarias, pero intento solventarlas...
:) Ignacio
Me ha hecho gracia lo que comentas sobre las expectativas. Al igual que con el cine, muchas veces es mejor dejar las expectativas (y el cerebro) en la puerta.
ResponderEliminarEso, u optar por la estrategia pesimista: entrar pensando que será malo por necesidad. La única sorpresa que puede haber es que sea mejor de lo que esperas. Claro que, si uno piensa que el concierto va a ser malo, ¿para qué narices va a ir? :P